ENTRE DOS LUCES

AUTOR Pepe Cerdá

LUGAR Galería Carlos Gil de la Parra

FECHA Hasta el 14 de enero de 2012

En su reflexión sobre el paisaje y su sombra, Mathieu Kessler señala algo que me parece importante: la medida del paisaje es a la vez física y final, en el sentido kantiano de una finalidad sin fin determinado. Y aclara. Física: porque el paisaje como punto de vista sobre la región no debe estar ni demasiado cerca --nos arriesgaríamos a aislar y privilegiar una parte de la misma sin autarquía--, ni demasiado lejos --pues el espacio geográfico se anonada y se dispersa en la inmensidad sin vínculos con el hombre que la contempla y habita--. Final: porque el paisaje es el asunto de una intención sin proyecto.

Pepe Cerdá (Buñales, 1961) pasó de pintar historias a paisajes sin historias. Aunque a decir verdad, toda su pintura tiene una historia, o varias; incluso muchas; y esas historias hacen imposible la existencia en sus cuadros de no lugares, esos espacios del anonimato, a los que atendió Marc Augé en 1992. Además de que como Augé previno, los lugares y los no lugares se entrelazan, interpenetrándose, de manera que la posibilidad del no lugar no está nunca ausente de cualquier lugar que sea. Así las cosas, en los paisajes de Cerdá se cruzan las rutas sin meta conocida y el viajero que las aprecia.

Solo el viajero es digno del paisaje, anuncia Kessler y esto es así porque solo el viajero abre camino y aunque sin método preciso es capaz de descubrir un itinerario. Los caminos se cruzan en los cuadros de Pepe Cerdá con los horizontes lejanos durante el ocaso, la hora en que el paisaje se confunde con el suelo para lanzar la mirada hacia los cielos, a los reflejos que lo atraviesan y que luego regresan a la tierra arraigándose materialmente en los charcos. A Cerdá le gusta el camino y en su itinerario conjuga espacios y tiempos para celebrar la unión del país y el paisaje.

En esa encrucijada de caminos Cerdá cuenta historias que le permiten interpretar el paisaje cotidiano y por eso fugaz, de horizontes temblorosos y luces inciertas que descubren la zozobra y pesadumbre de quien decide pintarlos obsesivamente quizá para mejor reconocerse en el lugar al que pertenece. El paisaje es el espacio que un hombre describe a otros hombres; quien anota algo a tener en cuenta: que la escritura y el paisaje son simbólicos pues nos hablan de aquello que compartimos y que sigue siendo, para cada uno de nosotros, diferente.