Hablar del Cipotegato es hablar de un emblema ya no solo de Tarazona, sino incluso de Aragón. Pero la tranquilidad con la que el turiasonense de 21 años se ataviaba con el traje de arlequín amarillo, verde y rojo no avecinaba la lucha campal llena de emotividad que se iba a producir al mediodía en la plaza de España. El único atisbo de tensión se vivió cuando una curiosa periodista le preguntó al joven por su nombre que casi desvela. «Es un sueño que todos tenemos desde niños», es lo único que pudo decir.

A pocos minutos de la hora esperada, se escuchaban los «qué nervios» de las mujeres que observaban desde el balcón del ayuntamiento, protegido por un plástico por el que se colaban los primeros tomates y los cánticos al Cipotegato de los turiasonenses vestidos de azul y blanco, que portaban bolsas llenas de proyectiles rojos. Tarazona estaba viviendo la antesala del comienzo de sus fiestas en honor a San Atilano que ya se anunciaba con el pasillo que una cuadrilla empapada de sudor intentaba dibujar a codazos para facilitar la salidadetrás de él intentando ayudarle en todo lo que pueda, empujarle hacia adelante si se queda parado y abrirle un poco de hueco. Lo demás es imprevisible», explicó su amigo.

Y en efecto, fue imprevisible. Y emocionante. Repicaron las campanas en el caluroso mediodía y cual astado retenido en el toril, el Cipotegato salió del ayuntamiento precipitadamente acompañado por su cuadrilla que lo llevaba en volandas. Se estaba presenciando una batalla festiva en la que un David disfrazado de bufón tenía que enfrentarse a un Goliat encarnado por más de 6.000 almas que con viveza trataban de alcanzarlo con tomates maduros, como intentando que no acabara nunca su recorrido. Con dificultad, el joven consiguió salir de la abarrotada plaza arrastrado por la multitud para recorrer el itinerario que días antes él mismo había marcado, cuyo lugar emblemático fue la Plaza de Toros Vieja, donde el Cipotegato de este año vivió su infancia.

Unos trece minutos después de la salida, los turiasonenses levantaban los brazos expresando una euforia que dejaba entrever que David estaba a punto de vencer al gigante Goliat. Izado en hombros, el Cipotegato irrumpió en la plaza y como un acto reflejo, los brazos de los turiasonenses se elevaron para lanzar una lluvia de tomates contra él y así quemar su último cartucho para evitar que llegara a su destino. Ni los gritos ensordecedores de «Cipote, Cipote», ni las 18 toneladas de tomates que se arrojaron en el mediodía de ayer, impidieron que el personaje más emblemático de Tarazona se suspendiera en el aire y trepara el monumento en su honor. «Ha sido increíble, cuando me estaba subiendo no había escuchado algo tan atronador en mi vida ». Y efectivamente fue el éxtasis de la fiesta, cuando el pueblo se reconcilió con el Cipotegato para alentarle por su esfuerzo para obtener una victoria difícil de uno contra todos. De la misma manera, el Cipotegato alabó los ánimos de sus paisanos, dándose golpes orgullosos en el pecho e instando a que los gritos crecieran en intensidad. Y no le defraudaron. Él llamaba a la fiesta, porque él era la fiesta.

Ya como un héroe de masas, Gorka Dallo, con su nombre revelado, fue conducido otra vez hacia la casa consistorial donde reconoció que «se ha hecho un poco duro, sobre todo al principio, además hacía muchísima calor, pero ha sido muy emotivo. La verdad, no tengo forma de agradecer a todos lo que me han ayudado».

Así dieron comienzo las fiestas de Tarazona, con «el Cipotegato más multitudinario de las últimas décadas», según el alcalde, Luis María Beamonte. Esta fiesta singular, declarada de Interés Turístico Nacional, marcó el inicio de más de 250 actos en los próximos seis días, en los que destaca la Ofrenda de Flores y Frutos que se celebra hoy, por primera vez, para dejar que la alegría que sigue al Cipotegato, con baño de la espuma incluido, se prolongase ayer toda la jornada por una ciudad abarrotada de barras, música y baile.