LA MUJER EN LA VENTANA

A. J. Finn

Penguin Random House

Anna Fox vive confinada en su casa desde hace meses. La compra se la entregan a domicilio, ha alquilado el sótano a un joven que ejerce de manitas para ella e incluso su entrenadora personal la visita una vez por semana. Su único contacto con el exterior es a través de las ventanas, desde las que observa y espía a sus vecinos como entretenimiento.

Mediante pequeñas dosis de información, A. J. Finn (seudónimo del estadounidense Dan Mallory) irá revelando los motivos por los que la protagonista no sale a la calle y a qué se debe que necesite medicación y terapia. La doctora Fox pasa sus días ayudando a otras personas con sus mismos problemas vía internet, jugando al ajedrez on line o disfrutando desde su salón de sesiones de cine clásico en blanco y negro. Una noche en que la mezcla de medicamentos con alcohol es más elevada de lo normal, cree ver cómo en el edificio de enfrente su vecina es asesinada.

En primera persona

Debido a que la novela está narrada en primera persona, tan solo tendremos la palabra de Anna para aceptar que todo lo que cuenta es real. Ahí reside el juego de La mujer en la ventana y, sobre todo, el secreto de su éxito: el lector está acostumbrado a creer a un narrador omnisciente en tercera persona, pero al tener que seguir a una voz en tiempo presente que se dirige directamente a nosotros, entra en juego la pericia del escritor para que esa voz resulte creíble. Así, A. J. Finn jugará con nosotros haciéndonos dudar en todo momento de la cordura de Anna por las decisiones que toma y por cómo se relaciona con sus vecinos.

En un momento en el que la soledad es la mayor enfermedad de nuestra sociedad, el autor escoge a una protagonista mentalmente inestable para mostrar el infierno de su reclusión doméstica. La interacción con los pocos que la rodean, la manera en que estos la ven, su incapacidad para cruzar el umbral de su casa sirven para crear un escenario aterrador que busca provocar en el lector la misma sensación de agorafobia que padece la propia Anna.

Finn es un claro enamorado de la narrativa visual de Alfred Hitchcock y lo demuestra en esta novela. Las alusiones a La ventana indiscreta, Vértigo y La dama desaparece, entre otras, son constantes. Y no deja de resultar curioso que los elementos que inspiran al autor sean herederos del mundo del cine cuando precisamente Hitchcock era un maestro a la hora de trasladar el papel al celuloide.