Gonzalo Pontón, fundador de las editoriales Crítica (1976) y Pasado & Presente (2011) acaba de publicar La lucha por la desigualdad, una historia del mundo occidental en el siglo XVIII, un libro con prólogo de Josep Fontana, en el que, a modo de ensayo, el autor viene a demostrar que la naturaleza de la desigualdad de nuestros días se encuentra en los orígenes del capitalismo moderno.

-¿Por qué el siglo XVIII, el de la Ilustración, el de la Revolución francesa, y el de la filantropía, fue precisamente el siglo en el que se gestó la vigente desigualdad existente en las sociedades modernas?

-La desigualdad había existido siempre, pero a lo largo del siglo XVIII los grupos económicos en ascenso lucharon contra las desigualdades estamentales del Antiguo régimen y, a la vez, marcaron la desigualdad de su clase en gestación frente a las clases subalternas. Tras desahuciar a los campesinos de tierras que habían trabajado desde hacía generaciones y acabar con su «economía moral»; tras destruir los gremios de artesanos de las ciudades y reducir a proletarios a maestros y oficiales, la burguesía se hizo con un ejército de mano de obra disponible para trabajar en las manufacturas e iniciar así el proceso que conduciría a la revolución industrial. La divisa de estos capitalistas, acuñada por Adam Smith, era que la única finalidad y el objetivo del trabajo era el consumo de su clase, y se lanzaron a la producción masiva de artículos textiles y minerometalúrgicos. Para ello, invirtieron un capital escaso, pagaron salarios de subsistencia a los trabajadores y establecieron un apartheid en la educación y las relaciones sociales en un acaparamiento de oportunidades que les llevó a construir una desigualdad categórica: desigualdad económica, existencial e intelectual que es aún el modelo de nuestros días.

-En su libro aborda la Trata de esclavos. ¿Qué papel desempeñó aquella degradación humana en la sociedad del siglo XVIII y aún en la de nuestros días?

-A lo largo del siglo se trasladaron a América más de seis millones de subsaharianos para trabajar, en las plantaciones de algodón, en los cafetales y en la recogida del tabaco. Ese trabajo brutal y gratuito, combinado con la explotación de los pobres en las metrópolis permitió a la burguesía inglesa, por ejemplo, una acumulación de capital vía beneficios que perpetuó, con la herencia, la reproducción de esa burguesía acaparadora de oportunidades. Si la esclavitud del siglo XVIII era una imposición forzada por los negreros, en nuestros días se ha reconvertido en una imposición civilizada, forzada por el mercado: ya no se trata al esclavo moderno a latigazos, se le fustiga tan solo con precariedad, temporalidad, salarios de miseria, paro y desesperación.

-El lema ‘Igualdad, Libertad, Fraternidad’ de la Revolución francesa, llevó consigo muchas contradicciones: ¿Cómo se explica que Voltaire se mostrara opuesto a la educación de los pobres?

-Debemos superar las leçons reçues y las etiquetas convencionales. Voltaire era un hombre riquísimo, que había hecho su fortuna no con sus libros, sino como usurero, prestando dinero a los príncipes y nobles semiarruinados de toda Europa. Voltaire tenía una renta mínima de 200.000 libras todos los años y un palacio en Forney donde levantó un teatro para representar sus obras dramáticas. Fue un halagador de reyes, príncipes y obispos y despreciaba con toda su alma a los humildes: «la canalla siempre será canalla» escribió. Cuando Caradeuc de la Chalotais estableció en su Ensayo sobre la educación nacional que los pobres jamás debían estudiar, Voltaire le escribió exultante. Y es que para Voltaire los comunes debían ser analfabetos, porque según él los progresos de la razón solo eran para unos pocos sabios (liderados por él, claro) y por lo tanto nueve de cada diez personas debían seguir siendo ignorantes «porque el vulgo no merece ser ilustrado y hay que tratarlos como a monos». Lamentablemente no era solo Voltaire: todos los philosophes pensaban, más o menos, lo mismo.

- ¿A tenor de todo lo anterior, no cree que sería necesario introducir una nueva asignatura en la universidad que se llamase como su libro: ‘Historia de la desigualdad humana’?

-Hay que hacer algo más que eso. La mayor fuerza de convergencia hacia la igualdad es el conocimiento, la educación. Desde el reconocimiento de que la desigualdad es el mayor delito de odio contra las personas, hemos de revertir la situación sobre todo con una enseñanza, única, igual para todos, pública y gratuita.