Asegura Vanesa Montfort que les debía a «las mujeres de mi generación una novela que hiciera un análisis de la sociedad actual; para explicar ese estrés al que nos vemos sometidas», pero la novelista y dramaturga barcelonesa no quería hacerlo «desde el drama». De ahí surge este Mujeres que compran flores, que ayer presentó en la Casa del Libro de Zaragoza dentro del festival Aragón negro, flanqueada por Juan Bolea, director del certamen, y los periodistas Daniel Monserrat y Laura Latorre.

Se trata de una novela sobre la amistad, protagonizada por cinco mujeres que no tienen nada en común, salvo que compran flores en la floristería de Olivia. Primero lo hacen para otros pero luego para ellas mismas. Ahí está Marina, humilde y tímida; Casandra, a la que le falta ese relax necesario para que todo acabe de funcionar; Aurora es la viva imagen de la pena; Victoria es la tentación y Gala, la encarnación de la coquetería. Todas ellas viven y sufren a lo largo de las páginas de libro una catarsis o lo que Vanessa Montfort define como la «Teoría de la crisálida», que explicÓ así: «Hay momentos vitales en los que hay que enfrentarse a un shock, un cambio de país, el arruinarse o, aquí, el luto. Y eso es lo que hace la crisálida, que se mete en su vaina y se reconstruye a partir del cerebro y el corazón»; todo para volver a nacer como mariposa. Y como dice Olivia, la florista creada de Monfort, «merece la pena esa catarsis», señaló la autora, quién también vivió la suya. «Me metí en mi vaina y me reconstruí», dijo sin entrar en más detalles.

«EL MIEDO PARALIZA»

Siguiendo con esta teoría, dio un paso más: «El miedo paraliza; lo único que nos aparta de la felicidad es el cambio»; y de hecho, aseguró que una de las frases más terribles que ha oído es: «Que me quede como estoy». Y eso en todos los aspectos de la vida: «la pareja que no quiere romperse, el cambio de profesión, de país… Nuestra misión es lograr nuestra propia felicidad», porque, según reconoció Montfort, «lo más dramático no es perder a un ser querido, si no perderse a un mismo».

Y las protagonistas de la novela, en algún momento lo hacen o están a punto de hacerlo. Sobre todo, Marina, que tras perder a su pareja, de la que siempre había ejercido de copiloto en la vida, lo sigue haciendo incluso después de la muerte, ya que este le deja dicho que cruce en estrecho en su barco para esparcir sus cenizas en un lugar determinado. «Esa imagen y esa ofrenda es el viaje de la heroína», señaló, porque le lleva a preguntarse «Qué me hace feliz a mí? Porque es la es la forma de compartir la felicidad».

LUCHA POR LA IGUALDAD

En esta edición de Aragón negro, la igualdad es una parte esencial. Y también está detrás de Mujeres que compran flores, aunque a Montfort no le gusta el término «lucha de sexos, sino mas bien complicidad entre los sexos». Victoria, una de las protagonistas, asegura en el libro que «las mujeres somos un software avanzado instalado en un ordenador obsoleto; y ese ordenador es la sociedad, no los hombres». Y es que la dramaturga (hasta hoy dirige en el Teatro del Mercado El hogar del monstruo) tiene la sensación de que «hay que pagar por las libertades que nos han dado, pero no hay que pagar ningún peaje ni tenemos que ser las mejores en nada». En este sentido afirmó: «La conquista de la igualdad no está en los despachos sino en el hogar, en lograr tener nuestro espacio propio».

En cuanto a similitudes entre ella misma y sus personajes, señaló que está detrás de tres mujeres en tres etapas de su vida. Ha sido un poco Casandra, con su síndrome de la superwoman por «mi perfeccionismo» y también «he renunciado a mi espacio propio» como Marina, «pero no tengo vocación de mártir». Y también «he sido un poco mala»; como Gala, porque cuando las mujeres comenzamos a mandar «decidimos disfrazarnos de hombres», pero Monfort ha aprendido a «seguir siendo femenina».