El festival de San Sebastián acaba de empezar y todavía es pronto para hacer predicciones. Pero Javier Gutiérrez (gallego de corazón aunque nació en Asturias en 1971) está tan soberbio en El autor que todo apunta a una posible Concha de plata. El habitualmente intenso Manuel Martín Cuenca (Malas temporadas, Caníbal) acierta al inundar de comedia su nuevo trabajo de director. Basada en un relato de Javier Cercas, El autor es una divertida sátira sobre la importancia que se dan los creadores, que se suelen tomar a sí mismos demasiado en serio, seres que están convencidos de la trascendencia de su trabajo. En el filme, el protagonista (Gutiérrez) es un tipo gris, un empleado de una rancia notaría sevillana cuya esposa (María León) acaba de publicar una novela tan mediocre como exitosa en ventas y premios. Él la menosprecia y piensa que solo él tiene talento para poder escribir una novela de autor tan intensa como excelente. Para ello se muda a un finca donde termina por nutrirse de la vida de sus vecinos para dar consistencia a sus personajes.

-En la presentación de su obra ‘Berta Isla’, Javier Marías afirma que escribir una novela es extremadamente difícil. Por eso le sorprende que todo el mundo se crea capaz de hacerlo.

-Me parece muy bien que lo diga. Yo creo que la gente está convencida de que cualquiera puede actuar. Mi profesión parece muy sencilla.

-Y no lo es.

-Hay que prepararse mucho. Cuando doy charlas en institutos o escuelas de interpretación lo primero que digo es que hay que tenerlo muy claro, tener mucha pasión y ganas. Esta profesión te lleva las 24 horas del día.

-‘El autor’ es un retrato de la falta de talento.

-Pudiera parecer eso, pero no estoy de acuerdo. A mis personajes no los juzgo, sino que los defiendo. Me parece que es un tipo que vive una vida mediocre y gris de la que trata de escapar y no puede. Está ahogado. Un día, cuando deja su casa y se muda a una nueva finca, comienza a vivir otra vida. Ahí se da cuenta de que el edificio es una mina, así que empieza a distorsionar la realidad y a manipular a los vecinos para crear sus propios personajes. Es como un autor que juega a ser Dios.

-¿Es una comedia, un ‘thriller’?

-No me atrevería a etiquetarla. Tenemos la malsana costumbre de ponerle etiquetas a todo.

-Hay escenas arriesgadas, pero usted sale muy bien parado.

-Cuestión de ponerse en buenas manos. Martín Cuenca es el mejor director de actores de este país. Se fue a vivir a Sevilla casi un año antes de empezar a rodar porque quería respirar y caminar por las calles por las que iba a transcurrir su película. Eso es hacer un trabajo serio.

-Su nombre es ya imprescindible en la industria española.

-Nunca he pensado que merezco o no merezco algo. Pero sí es cierto que estoy en un buen momento, los proyectos tienen visibilidad y crean expectación. El trabajo llama al trabajo.

-‘La isla mínima’ marcó un antes y un después.

-Fue un salto cualitativo. Hasta ese momento a mí se me había emparentado mucho con la comedia, había hecho cine pero sobre todo se me veía más como un rostro popular de tele pegado a la comedia. La isla mínima fue una apuesta arriesgada de los productores y el director, Alberto Rodríguez, que confió en una cara como la mía para un personaje tan dramático y con esa hondura.

-¿Cree que su rostro es un reclamo?

-No lo sé. El público te puede ver gratis en la tele de su casa y habrá quien se plantee si tiene que pagar una entrada para verte en el cine. Yo creo que sí, porque son trabajos diferentes. Creo que hay público que sigue a determinados actores y actrices. Hay compañeros con mucho nombre que han pegado fuerte en una película y la siguiente no ha ido a verla nadie.

-Su buena racha no es compatible con ese «alma de loser y jubilado» que afirma tener.

-Eso lo digo para demostrar que no me tomo demasiado en serio. Lo que sí es cierto es que prefiero los personajes perdedores. Tengo un rostro y un cuerpo de los que no me puedo desprender. Me han ofrecido papeles y he tenido que decir que no me veía en ellos.

-Usted es muy popular. ¿Puede tomarse un café en un bar?

-Sí, no llego al nivel de los futbolistas.

-¿No gana lo mismo?

-Ya quisiera. Y creo que está bien no perder el contacto con el público. Aunque a veces nos sentimos como un mono en un zoo. Llegas a un restaurante y hay algo incómodo. Yo he dejado de salir alguna noche o me he ido a casa antes porque me sentía incómodo con la actitud de determinada gente.

-¿Por qué?

-Por las miradas. No todas son de admiración. Ojalá lo fueran.