El Hotel Meurice, uno de los más lujosos de París. En tiempos acogió al sultán de Zanzíbar, al marajá de Kapurthala o al exiliado monarca Alfonso XIII. Durante la segunda guerra mundial albergó el cuartel alemán donde el general Von Choltitz decidió que la ciudad no fuera presa de las llamas como había ordenado Hitler. También fue alojamiento habitual de Salvador Dalí, que paseó por su exquisito restaurante a su ocelote de compañía, un felino primo hermano del leopardo.

Ese es el escenario extravagante e insultantemente lujoso elegido por la escritora Pauline Dreyfus (sin parentesco con el militar francés de origen judío) como decorado de su novela El banquete de las barricadas (Anagrama), que sitúa su acción el 22 de mayo de 1968, puertas adentro del establecimiento, mientras en el exterior el tumulto general de estudiantes y obreros tomaban las calles y paralizaban la ciudad. Dreyfus traza un divertido y crítico retrato coral en el que los trabajadores del hotel -y esto es verídico-- tomaron el mando de la gestión, dejando al director al margen. «El Meurice es un lugar inesperado para abordar un tema como el del Mayo del 68 -explica la autora-, aquel era el último lugar donde se podía pensar que llegara una revolución. El microcosmos del hotel es un reflejo de la lucha de clases que se está celebrando en el exterior».

El centro de todo ese torbellino -que tiene aires de la vieja película de Jean Renoir La regla del juego, en la que amos y criados intercambian sus roles- es la celebración del premio Roger Nimier con el que una serie de intelectuales de derechas y antisemitas, capitaneados por el esnob y cosmopolita Paul Morand, galardonaron justamente ese día a un joven guapo y larguirucho de 22 años que, en lugar de estar arrancando adoquines, ha escrito su primera novela. Es el hoy premio Nobel Patrick Modiano y el libro, El lugar de la estrella.

Es sabido que el hipertímido Modiano -su trabajo le costó presentarse ante el auditorio del Nobel- no suele responder a las cartas que le envían sus lectores. Fiel a su leyenda, tampoco respondió a Dreyfus: «Mientras estaba con el libro, escribí dos veces a Modiano para proponerle tomar un café y hacerle unas preguntas pero no contestó. Así que cuando el libro estaba terminado se lo envié con la dedicatoria: ‘Al héroe involuntario de mi libro’. Y como no hubo protestas ni comentarios quiero pensar que quien calla otorga y a lo mejor le gustó, pero tampoco tuvo la elegancia de mandarme una nota».

Aunque el mayo francés aparezca en la novela como un ruido de fondo y sus personajes se muestren grotescamente por encima de las circunstancias -«¡Volved a casa, que dentro de 15 años seréis todos notarios!», alardea el escritor Marcel Jouhandeau de haberles gritado a los manifestantes-, la valoración final de la escritora no es nada negativa. Admite que la revuelta, de tan solo tres semanas, sirvió de poco en el terreno político porque el derechista De Gaulle fue elegido tras los disturbios de manera triunfal y la gente volvió a las fábricas sin chistar; pero socialmente, el 68 fue una bomba de tiempo y su huella provocó una modernización social acelerada: «Cuando Giscard d’Estaing fue elegido presidente en el 74, adoptó medidas impensables solo unos años antes, como la ley del aborto o la mayoría de edad a los 18 años. Recuerdo que una lectora se acercó a mí y me contó que era pequeña entonces, pero que cuando se restableció la calma y volvió a la escuela, a las niñas les permitieron no llevar calcetines».

¿Y los indignados?

Según Dreyfus, el eco del 68 sigue rebotando en todas las revueltas sociales que una y otra vez desde hace 50 años se proponen cambiar las cosas sin conseguir el enorme consenso que tuvo aquel: «Me cuesta ver paralelismo con el movimiento de los indignados, que, me parece, ha tenido un ámbito social más restringido. Si el 68 fue rupturista a largo plazo es porque impregnó todas las capas de la sociedad francesa y tuvo una teorización intelectual de la que ahora carecemos».