Las habilidades actorales de Robert Pattinson son algo sobre lo que sigue sin haber consenso, pero hay una cosa que nadie cuestiona: el británico ha peleado duro para sacudirse de encima la imagen de ídolo teen que le fue adjudicada al principio de su carrera. Desde que completó la saga Crepúsculo, lo hemos visto aparecer como secundario en proyectos de prestigio, hacer cine arthouse que casi nadie llegó a ver y participar en películas que preferiríamos no haber visto y de algún modo, a lo largo de tan poco comercial trayectoria se las ha arreglado para retener su condición de peso pesado de las alfombras.

Después de todo, él es lo único que justifica no solo la expectación generada por la presentación de Damsel en la Berlinale sino la presencia misma de la película en la competición por el Oso de Oro. «No me importaría volver a trabajar en una superproducción de Hollywood; el problema es que cuanto más vale una película más gente hay encima de ti diciéndote cómo tienes que hacer las cosas», explica Pattinson a la prensa. «En películas pequeñas como esta, en cambio, tienes más posibilidades de tomar riesgos y experimentar».

RARA DE DOS MANERAS

Damsel, en efecto, se esfuerza por ser rara, principalmente de dos maneras: en primer lugar, juega al despiste sobre cuál es la historia que quiere contar y cuál de sus personajes es el centro moral; digamos que, sobre el papel, habla de un joven mitad loco de amor mitad loco de atar que cruza el lejano oeste para liberar a su novia secuestrada, y que al encontrarse con ella descubre que las cosas no son como imaginaba.

En segundo lugar, los directores David y Nathan Zellner parten de esa premisa para subvertir con voluntad guasona las convenciones del wéstern. Por un lado, llenan el relato de imágenes absurdas: un pianista que teclea con muñones, un hombre al que disparan en la cabeza mientras orina y que sigue orinando una vez muerto, un caballo enano; por otro, a través de un gag que resulta francamente gracioso la primera vez y que lo es cada vez menos a medida que se va repitiendo sin cesar.

Mientras avanza, asimismo, Damsel llega a parecerse a comedias como Scary Movie, Epic Movie o Disaster Movie, basadas en la parodia de diferentes géneros cinematográficos, aunque carece de la convicción necesaria para abrazar la estupidez. Los Zellner, en cambio, han citado referentes como Los profesionales, de Robert Altman, o Johnny Guitar, de Nicholas Ray. No les queda nada.

Por lo que respecta al resto de aspirantes al palmarés, la jornada ha ofrecido una de cal y otra de arena. Ambientada en la hambruna que azotó Irlanda en 1847, Black 47 cuenta la historia de un soldado que deserta del ejército británico para reunirse con su familia y que, tras ser testigo de los abusos cometidos sobre su gente, se arroja a una espiral vengativa que lo convierte en una versión especialmente hierática de John Rambo. El director Lance Daly ni logra insuflar al relato el ritmo o la energía necesarios para hacerlo funcionar como cine de acción.

También la cinta paraguaya Las herederas habla de varias cosas a la vez: sanciones administrativas injustas y desigualdades de clase, la vida en las cárceles de mujeres de Asunción y amoríos lesbianos en el otoño de la vida, entre otras. La diferencia es que aquí el director Marcelo Martinessi sí logra mantener todos esos platos girando a la vez, en equilibrio y al unísono, y en el proceso nos hace empatizar con el viaje emocional de una mujer madura para quien perder los muebles, la dignidad y las certezas sentimentales acaba siendo menos un trauma que una liberación.