...Magos. Aunque no he sido diligente a la hora de enviaros la carta, confío en que leáis esta columna de vuelta a casa y buenamente hagáis lo que se pueda, que quizá no sea mucho.

Deseo que la gastronomía se entienda, no como un caro placer, que a veces lo es, sino como una parte más del proceso de alimentación. Que los consumidores se sientan también coproductores, pues, aunque quizá no lo sepan todavía, ellos pueden decidir, cada día con su compra, sobre el modelo alimentario.

Me gustaría, así, que dichos consumidores volvieran su preferencia hacia los productos de cercanía y de temporada, cocinando más en casa y no abusando de la comida preparada.

Así los agricultores podrían recuperar otros cultivos y ganarse la vida dignamente; y lanzarse a transformar y comercializar sus propios productos, como ya hacen otros muchos.

También subsistirían así los pequeños comerciantes especializados, sea en carnes, hortalizas o productos gastronómicos, delicadezas que les dicen.

Que los jóvenes se acerquen al vino. Sé que es difícil, pero si como parece el botellón está dejando de ser cool, quizá llegue la moda de tomarse una copa de vino, bien servida, en cualquier bar. En otros países europeos ya pasa.

Os pido también que sobrevivan los buenos profesionales de la hostelería. Los que quieren ganarse la vida, lo mejor posible, dando de comer y beber a sus clientes, cuidando la calidad de lo servido y buscando siempre un precio razonable. Iluminadlos para que se reinventen y consigan, de nuevo, que salgamos a compartir gastronomía en la calle y no solamente en los domicilios.

Y que no decaiga el interés por la cultura gastronómica. Esa que abarca desde la temporada de los productos hasta diferenciar un cava de un champagne.

Para acabar, aunque esto debe ser más complicado, os pido que nuestros dirigentes entiendan los párrafos anteriores y actúen en consecuencia.