-El lema de Kumara Infancia del Mundo es que un mundo mejor es posible. ¿Volcándose solo con los niños puede lograrse?

-Al principio, cuando empezamos a trabajar nos centramos mucho en los niños. Pero luego fuimos viendo que, para que ellos estén bien, es necesario que las madres también lo estén para que puedan ocuparse de sus hijos, con una economía familiar desahogada y en una situación de justicia social.

-¿Cómo se enrolaron en esta aventura?

-Varias de las personas que fundamos Kumara habíamos adoptado en India a través de la agencia de adopción Namasté. Pero nos quedamos pensando en los niños que se quedaban en India sin poder ser adoptados. Nosotros estábamos felices pero creíamos que teníamos que devolver algo a India por esos niños. Empezamos ayudando a orfanatos y vimos que nuestro trabajo iba cobrando importancia. Y comprendimos que, si nos lo tomábamos en serio, podíamos conseguir desarrollar los derechos humanos y la justicia social para sectores de población tan vulnerables como los niños y las mujeres de las clases más bajas, los sin casta y las comunidades tribales.

-¿Y cómo empezaron a profesionalizar su labor como cooperantes?

-Es cierto que el comienzo fue muy emocional pero aquello se fue modificando, porque cuando empezamos a contactar con socios locales para desarrollar proyectos en zonas como una zona rural y muy pobre de Andra Pradesh, vimos que no solo había que llegar a los niños, sino a otros sectores. Ahora trabajamos también con mujeres, en el ámbito de la salud, y hemos trabajado también con leprosos.

-Pero su labor no se circunscribe solo a Andra Pradesh. ¿Qué hacen en Nepal?

-Con Nepal tuvimos contacto también a través de la adopción. Los padres que habían adoptado en este país habían dejado allá hermanos biológicos de sus hijos, pues la ley nepalí no permite adoptar a niños de más de 8 años. Quisieron apadrinarlos y hoy tenemos dos casas de acogida en este país. Son apadrinamientos caros pero los niños reciben una educación básica bilingüe, lo que les permite acceder después a una educación superior. Algunos de esos niños ya están en la universidad, lo que nos va a permitir cerrar el círculo. El próximo día 14 tenemos previsto viajar a India y Nepal y queremos reunirnos con los que ya están terminando sus carreras para que mantengan los vínculos con la organización y sigan colaborando.

-¿Cómo era la realidad de esos niños para sentir tal necesidad de ayudarles?

-Los niños en los orfanatos que conocimos nosotros estaban bien cuidados, porque entonces los seleccionaba Namasté. Pero la ley india, entonces no permitía adoptar a algunos niños, por ejemplo, a partir de determinada edad o con necesidades especiales, como algunas enfermedades mentales. Por eso nos planteamos ayudar a estos niños no adoptables y sus familias.

-¿Hacia qué sectores han ampliado después su ámbito de actuación?

-Uno de los proyectos de los que estamos más orgullosos es de un colegio. Tiene 18 aulas con más de 500 niños y niñas escolarizados, entre quienes hay igualdad, cosa que en esta región no es frecuente fuera de estas aulas. Es un centro bilingüe, para lo que invertimos en la formación de los profesores, por la importancia del inglés para poder acceder a una educación superior, como antes mencionaba. Los niños no estudian en el suelo, como es habitual en los colegios de las zonas rurales. Nuestro socio local quiere que así sea porque dice que cuando los niños se acostumbran a levantar la mirada, aumenta su dignidad y sus aspiraciones son más altas. Tenemos un internado para hacer frente al absentismo, que suele mayor entre las niñas, ya que han de ayudar a sus familias.

-¿Siguen siendo muy altas las desigualdades de género?

-Sí. Por eso, en nuestro próximo viaje, vamos a reunirnos con las mujeres de un proyecto que pusimos en marcha hace tres años y que parece que no funciona muy bien. Igual que hemos conseguido que los niños estudien, queremos lograr que sus familias estén mejor. Y hemos constatado que, cuando ayudas a las mujeres, ayudas también a sus familia. Porque cuando ellas consiguen dinero lo invierten en el bienestar de las familias, en educación y en salud. Hicimos un proyecto de compra de búfalas para las mujeres, que consiguen dinero vendiendo su leche. Y ahora tenemos también una escuela de corte y confección para las chicas jóvenes.

-¿Qué trabajo desarrollan en el campo de la salud?

-Tenemos un centro de salud rural en Nawabupeta, que da servicio a una población de unas 40.000 personas. Y promovemos expediciones de médicos especialistas a las zonas más apartadas. Además, en el ámbito de la salud abordamos también temas como la higiene, el agua y el saneamiento. Conseguimos llevar el agua potable a un poblado de leprosos. Muchos de ellos, ya sin piernas o manos, se veían obligados a recorrer más de un kilómetro hasta el pozo más cercano.