La novillada que ayer abrió feria había comenzado mucho antes, cuando llegó el camión con los novillos --diez en total-- de la ganadería anunciada, de entre los cuales la autoridad solo pudo rescatar cuatro y... gracias. Así que hubo que echar mano de dos más de Javier Molina (5° y 6°).

Lógica la evidencia postrera de la escalera de tamaños en la que abundaron los animales más chicos. Se salvó el cuarto por su movilidad colaboradora pero faltó raza en los titulares de Los Azores. Y fuerzas. Y casta.

Cuando se rompió el paseíllo un fogonazo de color nos pateó las retinas, era el terno Repsol y azabache de Utrerita, más propio para la apertura del año chino que para un escenario solemne como La Misericordia. El vestido (así se parla en el argot), extravagante, radical, pedía a gritos una cerilla. Menos mal que Ángel Utrera nos dejó en compensación un estupendo par de banderillas en el 6°. Y dos más David Adalid en el primero, que también lidió muy cabalmente al 4°, sí señor.

No hubo suerte de varas o así. Los novillos llegaban a la muleta febles y renuentes. En una de esas, el segundo echó mano a Javier Jiménez prendiéndolo por el gemelo de la pierna derecha. Parecía que no lo había calado hasta que la sangre manaba abundantemente hacia su tobillo. Dejó dos cornadas (10 y 15 cm.) y una hemorragia muy copiosa. Pronóstico grave. Fue operado en la misma plaza. Le cortó la oreja por un toreo sentido y de calidad rematado con una buena estocada.

Damián Castaño (silencio en todos) mató tres y hubiera despachado diez más con esa tanta suficiencia como tan poca emoción. Y David Galván, académico, solvente y vendiéndolo muy bien apuntó buenas cosas aunque no le valieron más que para salir a saludar allá, en las rayas.