Aragón vive de espaldas a ese I+D+i que tanto cacarean los discursos oficiales. Los equipos dedicados a la investigación se quedan sin financiación. Los científicos se marchan. Los grupos que obtienen resultados ven cómo el su trabajo es aprovechado fuera. Apenas hay tejido empresarial que desarrolle y ponga en valor lo obtenido en los laboratorios. En este ámbito íbamos más bien justitos. Pero con los recortes, en unos pocos años nos quedaremos en nada. Lo cual no parece preocupar demasiado. Estamos entretenidos en nuestras peculiares quimeras y boberías.

En la Tierra Noble tendemos a confundir lo real con lo imaginario o a disfrazar los pollos de granja de faisanes de tiro. Lo hacen con fruición las instituciones y lo acepta con delectación una opinión pública a la que es muy fácil seducir con oropeles y trampantojos. Por eso se puede exhibir músculo tecnológico en Walqa (donde en realidad abundan las empresas públicas y buena parte de los puestos de trabajo corresponden a malpagados teleoperadores) o se montan constantes alharacas con cualquier miniempresa o minicentro técnico que supuestamente se van a instalar en Motorland (lo cierto es que, luego, muchos de ellos no vienen). Y sin embargo Aragón tiene un Instituto de Nanociencia que está entre los más notables del mundo, tanto por el nivel de sus investigadores como por su excepcional equipamiento, pero al que se le presta muy poca atención y en torno al cual no se ha creado polo industrial alguno. Es probable que dicho Instituto sea para algunos de nuestros gobernantes un estorbo o un adminículo incomprensible. A la postre, en él no es posible colocar a conmilitones y parientes, no da juego para contratar o externalizar y sus actividades no permiten montar noticias que acarreen votos.

La incapacidad para calibrar la importancia de la investigación y el desarrollo se extiende a casi todo. Véase, por ejemplo, cómo en el apasionado debate que ha desencadenado en Zaragoza el retorno del tranvía, apenas se valora el hecho de que el Urbos 3 ha sido desarrollado y fabricado en la propia capital aragonesa, en CAF. Ese modelo, original e innovador, ha sido adquirido ya por otras ciudades europeas. Contribuye así a mantener la actividad de una factoría que da empleo directo a unos mil trabajadores cualificados y que hace auténtico I+D+i. Para muchos antitranviarios éste detalle es poco menos que irrelevante. Otros ni lo conocen.

Aragón tiene aún buenos científicos y centros de formación e investigación que se sitúan en la élite mundial (la Facultad de Químicas, es otro de ellos). Desdeñar ese inpout, dejarlo sin recursos o aislarlo de la economía real es un error tremebundo que habrá de costarnos muy caro.