Lissavetzky tiene que ponerse las pilas si quiere arreglar esto porque ya estamos llegando tarde a Londres-2012. Claro, con 18 medallas se harán balances preñados de euforia, pero aquí lo que hay es una generación excepcional de deportistas, figuras individuales y comandos colectivos, que alcanzan las finales olímpicas e incluso los podios a pesar del país en el que viven. No gracias a él, sino a pesar de él. Y luego está esa inmensa estupidez de la edad de oro del deporte español. Ni edad de oro, ni qué niño muerto. El deporte español vive uno de sus momentos más difíciles desde Barcelona-92, pero las grandes estrellas ciegan el raciocinio y apenas nadie quiere aceptar la realidad. Aquí todo el mundo prefiere aplaudir, darse media vuelta y regresar al fútbol hasta dentro de cuatro años.

El impulso logrado en el 92 agoniza. Nadal y una selección de baloncesto impresionante, 18 medallas y 36 finalistas, no pueden ocultar el promedio de edad de nuestros atletas (28 de 54 superan los 30 años), con sólo tres menores de 25 años sin que por detrás llegue nadie.

LA REALIDAD es una natación permanentemente desarbolada, con los técnicos siempre a la greña y sus nadadores entrenándose entre abuelas y bebés. La realidad es que los éxitos del piragüismo se deben al esfuerzo de los gallegos y algo de tecnificación catalana. Que la esgrima española tenga 7.000 licencias por 150.000 la francesa explica que ellos sumen 115 medallas en la especialidad y España solo la primera pese a haber inventado este deporte. La realidad es que en toda España hay cinco mujeres ciclistas dedicadas en serio al velódromo; no es una metáfora: son exactamente cinco y se llaman Olaberria, Gálvez, Pagola, Pascual y Márquez; aun así arrancamos un bronce. Y en el Madrid que aspira a los JJOO del 2016 no se puede practicar atletismo.

Hemos perdido otros cuatro años y tenemos maltrecho el tejido deportivo. Las reformas educativas han destruido la capacidad de practicar deporte en la escuela, con lo que escasean los chavales educados en la cultura del esfuerzo deportivo y dispuestos a relevar a las grandes generaciones. La descoordinación entre comunidades autónomas es flagrante y cercena el ascenso de las jóvenes promesas. No abundan las instalaciones de alto nivel y en las que hay faltan entrenadores de categoría. Quien construyó los hospitales olvidó que hay que contratar médicos. En estas condiciones, un laurel olímpico es una proeza, la excepcionalidad, fruto del carácter fantástico del deportista, del entrenador vocacional o del federativo clarividente. Honor y gloria a los medallistas, a quienes alcanzaron una final o pelearon con orgullo. Les felicito a todos y a quienes les apoyaron, pero estamos llegando tarde a Londres. El techo español está en las 40 medallas y 80 finalistas, el doble que en Pekín. Pero eso sólo puede lograrse dándole la vuelta a la estructura actual. Lissavetzky debería ponerse las pilas.