"La era está pariendo un corazón", nos cantaba el otro día en Zaragoza Silvio Rodríguez. Muchos de los que queremos ser parteros de esa nueva época le escuchamos quizá conscientes de que, por primera vez en nuestras vidas, esa letra pudiera tener algún sentido en nuestra avejentada Europa. Porque los signos de ese parto vienen sucediéndose, irregulares, cada cierto tiempo, en diferentes lugares y con diferentes protagonistas. La brutalidad terapéutica de la troika convirtió en aborto irreconocible los primeros síntomas griegos. Pero la inminencia del acontecimiento se seguía percibiendo en el ambiente y dejaba sus huellas en Portugal o pone ahora mismo en pie, de noche, a los franceses. España, por su parte, lleva inserta en un proceso político que pretende dar cauce a la esperanza que un 15-M comenzó a gestarse en calles y plazas.

Y digo bien, proceso. Porque sería un error entender que se ha culminado algo, que hemos conseguido expresar toda la potencia que atesoraban aquellas calles, aquellas plazas. Si volvemos la mirada atrás, podemos observar cómo la respuesta a los estímulos sociales ha sido diversa, dubitativa. Y no podía ser de otro modo, cuando lo inesperado llama a la puerta. Esas ansias de novedad facilitaron que hace algo más de cuatro años CHA e IU acordaran una candidatura conjunta a las elecciones generales, promovieron unos resultados en las europeas en los que las fuerzas del cambio obtuvieron algo más de un 20% de votos, generaron el nacimiento de Podemos, luego de los En Común, las Mareas, las Unidades Populares. Proceso, sin duda. Como la realidad, en constante mutación.

Solo una constante se ha mantenido a lo largo del proceso: el deseo de unidad, de convergencia, de encuentro, de multitud, como le queramos llamar, que alentaba detrás de muchos de quienes nos queríamos modestos protagonistas del mismo. Avances y retrocesos, alegrías y frustraciones, de todo ha habido. Y me atrevería a decir que un lento pero potente aprendizaje de cómo debemos comportarnos para propiciar los encuentros. No ha sido fácil, desde luego, y sin duda hay heridas, rozaduras, que escuecen. Todavía encontraremos sectarismos y miradas de corto recorrido que querrán envolverse en esencias y distancias. Por fidelidad al proceso, que solo está en sus inicios, deberemos esforzarnos, una vez más, por superarlas.

Ese horizonte que venía siendo reclamado desde hacía tiempo, una candidatura unitaria, parece ahora más cercano. Recuerdo la intervención de un activista en el acto en el que Pablo Iglesias presentó Podemos en Zaragoza, en el exterior del Centro de Historias, pues no cabíamos en su interior: no nos hagáis escoger entre varias papeletas, dijo con una voz que a mí se me antojó colectiva. Ese deseo, esa exigencia histórica, parece más cercana. En algunos lugares ya se ha conseguido, con espectaculares resultados.

Parece que Podemos apuesta ahora por candidaturas unitarias. Sea muy en hora buena. No seré yo quien recuerde desencuentros y polémicas. Las cosas suceden cuando pueden suceder. Y en ese momento no se puede dudar, pues dudar es fallar. Hemos trabajado mucho para propiciar este horizonte. Algunos pensábamos que debiera haber sucedido mucho antes. Pues si llega ahora, bienvenido sea.

Una candidatura plural de fuerzas del cambio generará un resultado electoral que puede ser decisivo para conformar un gobierno que haga frente a los verdaderos problemas del país y llevará a término esa aspiración de unir bajo un mismo proyecto lo que representan Ada Colau, Alberto Garzón y Pablo Iglesias. Pero no solo eso. Será una señal, la mera candidatura, del avance del proceso, una señal lanzada no solo hacia el interior de nuestro país, sino que será recogida con esperanza por aquellos colectivos de otros países empeñados en cambiar el estado de cosas. Es un empeño que, desde luego, merece la pena.

Profesor de Filosofía de la Universidad de Zaragoza