No se ofenda, no me refería a usted. El antidemócrata soy yo. Así me lo soltó un amigo en la sobremesa. Una tertulia con café, licores y amigos con ideas divergentes es una facultad universitaria. He aprendido más sobre la vida en las sobremesas que en la universidad. Dice Michael Pollan en Cocinar que nos civilizamos en torno a una mesa. Nuestros parientes primates nunca repartieron las piezas asadas de un venado. Sólo hay dos cláusulas para matricularse en esta facultad: hablar a calzón quitado y no molestarse por las heridas del fuego amigo.

Se me va el santo al cielo. Hablábamos de la posible reforma de la constitución. Mi amigo afirmó que la próxima modificación debería incluir el derecho de los pueblos a la autodeterminación. Apostilló que un derecho elemental se debería haber recogido en la Constitución del 78, pero que no se hizo porque la transición fue una chapuza. No estoy de acuerdo con ninguna de las dos ideas. Refuté la segunda porque me resulta irritante. Estoy hasta el nardo de los que critican la transición a toro pasado. Parece que han inventado la tortilla de patatas. Le recordé a mi compañero que buena parte del ejército era franquista. Y que ETA asesinaba a guardias civiles, policías y militares. A comienzos del 77 el Partido Comunista estaba sin legalizar. A ver quién era el guapo que salía a la pizarra, resolvía la ecuación y nos conducía a una democracia fresca.

Asintió sin convencimiento pero volvió a sacar el toro en la calle. Argumentó que en aquel contexto se podría explicar. ¿Pero por qué hoy, sin peligros golpistas, no se puede celebrar un referéndum de autodeterminación en Cataluña? Expuse mis razones:

La deriva independentista catalana se produjo a partir del 2004, con la cuestión del Estatuto, por los errores políticos concatenados de Zapatero, Maragall y Rajoy. Los independentistas no pasaban del 20% y ahora son casi la mitad. Considero que el problema también tiene solución política negociada y con cambios constitucionales. Difícil pero posible.

Un referéndum sobre un problema de tal envergadura exige mayorías amplias, para no depender de una atmósfera calentada artificialmente. Ahora hemos visto que con un 48% de los votos les parece suficiente. También debería ser precedido por una propaganda imparcial y no encender las posturas rupturistas desde el gobierno catalán, que juega en casa. Cuando veíamos la última Diada parecía que la mayoría de los catalanes quería romper con España. En las urnas no llegaron a la mitad.

Respeto la postura de ERC, que no ha variado sus posiciones. Sin embargo, los restos de Convergencia han emprendido una huida hacia adelante inexplicable. O explicable para utilizar la independencia como taparrabos de las vergüenzas de corrupción. Especialmente de la presunta mafia montada por el honorable jefe del clan. El resultado es una dolorosa división de los catalanes. Una consulta en Cataluña probablemente precipitaría la de el País Vasco, la de Galicia... Después iríamos los demás. Diez años de inestabilidad y zozobra.

Mi amigo no me dejó proseguir. En resumen, sintetizó, tú niegas un derecho básico como es el de la autodeterminación de los pueblos. ¿Y sabes por qué?, preguntó retóricamente. Porque eres un antidemócrata.

Me serví una copa. Mi amigo puede tener razón. Pero está profundamente equivocado. Escritor