Hoy se casa mi hermano. Cuando a finales del pasado mes de octubre me comunicaron que tenía cáncer, y que me quedaba poco -de cuatro meses a dos años- pensé que no llegaba. Pero miren por donde aquí estoy. Cada nuevo día es un triunfo. Y todo gracias a la sanidad pública. En este periplo he tenido la suerte de conocer a grandes profesionales: Belén, del hospital de día del Miguel Servet, me pinchó la primera quimio; Pilar, de la Unidad de Investigación Traslacional, me ha sacado sangre, a veces cada semana, otras cada mes; Alicia una mañana falló dos pinchazos, pero antes había acertado otras mil -así que no se lo tengo en cuenta--. Son solo unos pocos ejemplos. Profesionales a los que he visto trabajar, pero sobre todo cuidar y preocuparse de nosotros. Me encantaría que tuviesen más y mejores medios. Es cierto que la sanidad pública requiere una gran inversión. Todo es poco. Por eso me sorprende que una asociación rechace la donación de 10 millones de Amancio Ortega. Dicen defender a la sanidad pública, pero su discurso, comprensible en el fondo, parece infestado de prejuicios. ¿En serio el sistema sanitario no tiene problemas más acuciantes que decir no a una donación millonaria? Les recomiendo que se pasen por las consultas de oncología y expliquen ahí su posición. Les contarán que lo que queremos los enfermos es recuperarnos, y que para eso cualquier ayuda, en investigación, personal o máquinas, es bienvenida. Déjense de chorradas; no sobra ningún recurso. Pero sí sus prejuicios.

*Periodista