Me cruzo con una imágenes en la televisión. Alguien canta. No desentona, pero no me gusta. Le aplauden y le dicen que tiene mucho talento. Todo el público que está encerrado en mi tele parece muy entusiasmado con la actuación. Te mereces tener éxito en el programa, le dicen. Éxito. Se da por hecho que todo el mundo entiende lo mismo cuando se lanza una frase sujeta a este concepto. Es unívoco. Uno, grande y libre. Conseguir más, ser el mejor. No derramar el café, que mi hija sonría al verme, que los vaqueros me queden un poco más holgados, sacar algo de tiempo para leer, no llegar a salir mojada de la ducha para darme cuenta de que no tengo toalla. Todo eso es el éxito para mí. Algo muy alejado a las personas que participan en un concurso de talentos. Apago el televisor sin entender muy bien qué mecanismos mueve el éxito para que, en demasiadas ocasiones, triunfen cosas que me resultan ajenas o contrarias a lo que a mí me gusta. Desde Mariano Rajoy a algunos premios literarios, pasando por una consulta ciudadana que eligió pintar un puente zaragozano de blanco y azul o Trump. Es fácil abrir grietas en el juicio al ganador, sí, porque escrutamos desde el otro lado. Desde el no ganar, aunque no signifique necesariamente perder. Me vuelvo a encontrar con el programa de televisión en las páginas del periódico. Se comenta la final de dicho programa. Yo sólo he visto dos minutos y no me he enterado de la polémica. Parece ser que en el programa participaba gente con algún talento reconocido como tal por el gran público, y luego gente que iba a demostrar su talento incomprendido. A mí me da mucha vergüenza las personas que se toman en serio y no son conscientes de su ridículo, pero me provoca mucha ternura aquellas que se ríen de los demás jugando al despiste con el absurdo. Eso es otro tema. Según recogía el periódico, uno de los finalistas era un bailarín de dudoso gusto estético y de cuestionables habilidades para el baile. Pero se colocó en la final gracias al apoyo de la audiencia. Es lo que pasa cuando dejas a la gente participar. Un miembro del jurado cuestionó un sistema de votación que pudiera hacer ganador a alguien así. Y, según contaba el artículo, esto movilizó a un ejército de internautas que comenzaron a hacer campaña en un conocido foro para que ganara el bailarín de danza desencajada. Y así pasó. Ganó la patada en la boca a quien se toma en serio el ridículo y solemniza con el éxito. Y a mí, que no sé de qué iba la película, siempre me da una especie de gusto infantil las causas que desmontan aplausos enlatados y le dan un golpe al éxito en pleno hueso de la risa. Lo que le ha faltado a Errejón para ganar su batalla a Pablo Iglesias ha sido Forocoches. Pero qué sabré yo de lo que mueve a la gente para hacer algo.Pepín Tre, dice, en muchas de sus actuaciones, que a él le daba igual ser un ser humano o un cefalópodo, porque él se iba a seguir levantando a las seis de la mañana para fumar. Pues eso.

*Comunicadora