En las Españas actuales pocos quieren debatir. La mayoría aspira a que el otro se calle o sea callado. Es esa tensión permanente la que esta generando entre políticos (nuevos y viejos), empresarios, periodistas, editores, conseguidores, malandrines y bendita gente de a pie una mala leche que impide hablar de las cosas con algún sosiego. Pretender combinar cierta dureza en el comentario con un mínimo de cortesía y estilo se ha convertido en causa perdida. Adiós a la democracia deliberativa. Muchos medios (y gabinetes de comunicación) se han encanallado, y las redes sociales son a menudo un vertedero donde la gente eructa posverdades para los convencidos y se generan comunidades sectarias.

Algo de bueno hay en todo esto (seamos positivos, ¡Aupa el Zaragoza!): la sociedad actual posee magníficas herramientas para la iniciativa y la auto-organización. El otro día, por ejemplo, todos nos quedamos flipados cuando una serie de personas de evidentes buenas costumbres se concentraron ante el Ayuntamiento de Zaragoza para protestar contra las cargas que soportan sucesiones y donaciones. ¿De dónde ha salido este personal?, nos preguntamos quienes fuimos, años ha, amos de la noticia. «Se han autoconvocado por las redes», nos explicaron.

Bueno... Como ya saben ustedes aquellos buenos vecinos, con su Facebook, sus grupos de Whatshapp y su bandera nacional, ignoraban que sucesiones se paga en el Gobierno de Aragón (es tributo cedido) aunque el municipio también suele enganchar unas plusvalías por los pisos (casi siempre lo único relevante en los testamentos) que pone los pelos como alabardas suizas.

El caso es que de internet a internet, los rojeras han dicho que la citada concentración fue cosa de la egoísta derechona. Supongo que sería así, porque desde los círculos conservadores se está moviendo mucho el tema de las sucesiones. Pero merecería la pena darle dos vueltas al asunto. Porque, lo diga quien lo diga, en Aragón (de donde somos vecinos) lo de heredar es un palo. También para los de izquierdas, ¿eh?.