La falta de ética de nuestras generaciones hace que hipotequemos económicamente el horizonte de los jóvenes, y además nos atrevemos a limitar el diseño de su futuro por nuestros intereses.

El golpe económico que aprieta la vida de muchas personas, arrastrándolas en ocasiones hasta el suicidio, no debe impedirnos valorar y analizar los importantes cambios que estamos viviendo. Solo comparables a los experimentados por la humanidad en plena revolución industrial. Lo que nos permite adoptar medidas y cambios para afrontar con éxito el temor a lo nuevo y desconocido, que es el freno del progreso.

Hoy inciden sobre nosotros diferentes fuerzas tejiendo situaciones nuevas: económicas, laborales, culturales, etc. Unidas a las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, aceleran estos procesos de cambio hasta velocidades de vértigo.

De una parte localizamos la evolución en los modelos de trabajo, con repercusiones muy importantes en nuestra vida. Se transforman las formas y hasta el lugar de trabajo, cada vez es más común el trabajo en casa. Aunque estos cambios influyen en el incremento del desempleo, incide más en la recolocación de personas que han perdido su puesto de trabajo. La ausencia de medios de formación que recicle los colectivos de trabajadores, no solo en mejorar conocimientos de la anterior actividad, sino capacitar en nuevas destrezas y habilidades. Reubicar la mano de obra requiere modificar los perfiles que adecuan a las actuales necesidades del mercado laboral.

Esto también conviene tenerlo en cuenta en la formación de nuestros jóvenes. Así la universidad debe ocupar el lugar privilegiado del saber, aunque surjan en su entorno centros o escuelas superiores que adiestren en habilidades profesionales para liderar procesos sociales. Nuestra sociedad no puede seguir manteniendo estructuras elitistas para formar trabajadores precarios y con titulaciones excesivas para el puesto ocupado. Ni el esfuerzo que realizan los alumnos estudiando puede compensarse con la obtención de un grado o licenciatura para ocupar una plaza que no requiere título alguno.

Las especialidades académicas cuyo fin está vinculado a la ciencia y el conocimiento tienen que ser el núcleo de la universidad, y dar soporte científico a las otras áreas. La docencia en titulaciones dirigidas al mundo empresarial y laboral deben recaer principalmente en cuadros docentes conocedores y en ejercicio de la realidad diaria y practica del área de conocimiento a impartir, lejos de mundos teóricos ¿Cómo es posible hablar de algo que no se ha ejercido en la vida? Sin la pasión que solo facilita la práctica, difícilmente se puede contagiar entusiasmo o despertar ilusiones. El alumno lo percibe rápidamente.

El maridaje de estudios superiores y empresa, hay que aproximarlo a la realidad más que a la necesidad de prestigio, relaciones públicas u otras conveniencias de algún teórico mecenas empresarial. Así entre los docentes habría que encontrar mayor número de personas relacionadas con la actividad profesional. Hecho este que reduciría substancialmente los costes universitarios.

No es permisible que un joven obtenga el título de grado no esté adiestrado para el ejercicio de su profesión y deba continuar realizando estudios prácticos para poder habilitarse. Cualquier estudio o ejercicio docente que se realice tras la obtención de un grado debe perseguir una especialización muy concreta o ser los reciclajes necesarios a lo largo de la vida profesional. Las carencias de los planes educativos, diseñados con diferentes intereses corporativos más que docentes, delimitan e infieren el futuro de nuestra juventud.

La falta de ética de nuestras generaciones hace que hipotequemos económicamente el horizonte de los jóvenes y además nos atrevemos a limitar el diseño de su futuro por nuestros intereses, aunque sean legales.

En un contexto de miedo ante la incertidumbre que provocan los cambios, nos enzarzamos en la defensa de bastiones de raíz personal, corporativa o incluso ideológica. Y ese miedo a los cambios nos impide analizar la realidad de la educación. El problema no está en si pública o privada. El problema radica en el modelo educativo en el que formamos y socializamos a nuestros jóvenes. Seguimos con manuales educativos fundamentados en modelos anteriores a la ilustración: cuando el saber se recogía en la enciclopedia. Buscamos así la gestión de la memoria, no del conocimiento.

Hay muchos docentes que no dominan todavía las nuevas tecnologías. No es aceptable basar modelos educativos en textos que en cinco años estarán obsoletos. La formación continua de los profesionales debe tener un nivel de exigencia equiparable al del acceso al ejercicio profesional, no tamizado por intereses corporativos.

No es viable introducir todo el conocimiento actual en las mentes de nuestros alumnos, debemos enseñar a buscar la respuesta en los medios que tienen a su alcance para situar un contexto histórico, gozar de la lectura y del uso de las matemáticas para la vida real, manejar nuestra lengua con idéntica habilidad que otra extranjera. Asentar el proyecto educativo en aprender a gestionar el conocimiento, no a memorizarlo.

Probablemente el fin de la crisis no se encuentre en sanear bancos en quiebra o deshacer lo público en beneficio de obscuras razones privatizadoras. Sino en recuperar los valores que nos han permitido llegar hasta aquí. Y poderlos trasladar a las próximas generaciones. Empezar con el reconocimiento de la importancia del ser humano, de su dignidad y derecho a la búsqueda de felicidad, de la importancia de una sociedad sobre los pilares de la fraternidad o solidaridad, la igualdad de oportunidades o reconocimiento del esfuerzo y de la Libertad como piedra angular de nuestra civilización.

Sociólogo y docente universitario. Centro de Sociología del Conflicto.