N inguno de nosotros votó a Pedro Sánchez en las elecciones primarias que tuvieron lugar en julio de 2014. Sin embargo, existe una norma no escrita y muy arraigada en la cultura de nuestro centenario partido, según la cual las pugnas entre candidatos terminan en el momento en el que uno de ellos resulta proclamado. Aunque en aquel momento habríamos apostado por otro ganador, al día siguiente de su elección por los militantes del PSOE, todos tuvimos muy claro que Sánchez era la persona en la que debíamos depositar nuestra confianza para desalojar a Mariano Rajoy de la Moncloa.

No podemos negar que en estos dos años de mandato, el todavía secretario general del PSOE ha cometido errores; alguno de ellos de bulto. No estuvimos de acuerdo en algunas cuestiones orgánicas, como la forma en que se solventó la situación de la siempre problemática Federación Socialista Madrileña. Nos provocó cierto rechazo el abandono de una mayor profundidad ideológica en sus planteamientos y el exceso de peso de la telegenia en su estrategia. Y sobre todo, tras las elecciones de diciembre de 2015, a algunos no nos gustó la propuesta de acuerdo con Ciudadanos y su empeño en mantenerlo una vez que ya estaba claro que el intento de investidura había fracasado.

Sin embargo, y al calor de los acontecimientos de estas últimas semanas, nos hemos visto reconfortados al constatar su inquebrantable decisión de negar cualquier posibilidad de favorecer un nuevo gobierno del Partido Popular mediante la abstención de los diputados socialistas, tal y como algunos dirigentes territoriales del partido vienen sugiriendo desde que se constató la imposibilidad de que Mariano Rajoy volviera a formar gobierno dado el actual reparto de escaños en el Congreso.

Que vivimos tiempos extraños es evidente si pensamos en todos esos socialistas (barones y baronesas, excandidatos a primarias, exdirigentes para los que cualquier tiempo pasado fue mejor, y algún que otro jarrón chino) que no tienen ningún pudor en afirmar su preferencia por un gobierno del PP antes que el PSOE, su partido, explore cualquier posibilidad de formar gobierno con otras fuerzas de la izquierda. Afirman que “con 85 diputados no se puede gobernar”, o incluso se animan con el chascarrillo fácil y proclaman que “Pedro Sánchez se debería ir al rincón de pensar”, sin pensar que ellos mismos gobiernan sus comunidades con resultados similares o incluso peores que los que el PSOE obtuvo en el ámbito nacional. Todavía peor, se atreven a poner trabas a cualquier iniciativa de acuerdo de gobierno en España con el temido Podemos, pero sin embargo no tienen remilgos para entregarles instituciones en sus comunidades sin exigir nada a cambio.

En ello estábamos cuando esta semana, y ante la decisión de Pedro Sánchez ya no solo de negar el gobierno al PP, sino de intentar una alternativa con Podemos y los nacionalistas, unos cuantos de esos dirigentes territoriales, animados por el toque de corneta de Felipe González, decidieron dar al traste con 137 años de historia del PSOE y plantear una suerte de golpe de estado que trataba de desposeer al secretario general de su cargo. Para ello no dudaron en recurrir a artimañas como aprovechar el fallecimiento de uno de los miembros de la Comisión Ejecutiva Federal (Pedro Zerolo) o la dimisión previa de otros dos, para tratar de forzar la convocatoria de una gestora que sustituyera al equipo de Sánchez al frente de la dirección.

Tras este movimiento se encuentra por un lado una lucha por el poder en el seno del PSOE, un intento de convertir la organización en lo que Josep Borrell denominó acertadamente esta semana como una “confederación de partidos regionales” en la que el secretario general es un mero hombre de paja al servicio de los intereses y devaneos de los líderes autonómicos. Y por otro, lo que es incluso más importante, una lucha ideológica que siempre ha permanecido latente en el partido, casi desde su fundación, entre una visión más centrada y otra que apuesta por una estrategia que no abandone los planteamientos socialdemócratas, y en laque desde luego no tiene cabida prestar el apoyo (aunque sea mediante la abstención) al gobierno más retrógrado que hemos sufrido en España desde la restauración de la democracia. Está por ver lo que opinará la militancia del partido en este pugna, por qué modelo de organización se decanta; aunque lo que sí parece evidente es que el electorado tradicional del PSOE difícilmente tolerará que su voto se utilice para dar carta de libertad al PP.

Los acontecimientos que están teniendo lugar estos días en el PSOE van a determinar el futuro a corto, medio y largo plazo de nuestro partido, un futuro que oscila entre el riesgo a la desmembración en múltiples reinos de Taifas, que solo puede abocar a reducción del PSOE a la mínima expresión en beneficio de otras fuerzas de la izquierda, o la apuesta decidida por un PSOE fuerte, unido, comprometido con los ciudadanos, que de nuevo vuelva a ser el referente de progreso de este país, y que, dándole la vuelta a la frase de José Antonio Pérez Tapias, otro de los contendientes de las primarias de hace dos años, pero que apoya firmemente a Pedro Sánchez en estos momentos, pueda mirar a los ojos a sus votantes y militantes. H* Colectivo formado por militantes históricos del PSOE aragonés (exconsejeros, exdiputados, exconcejales y exsindicalistas)