Como muchos de vosotros, asistí atónita al resultado electoral del 25-M. Ninguna encuesta ni pronóstico más o menos elaborado daba la dimensión que los resultados iban desvelando. Sin embargo, tras unos días de digestión --por supuesto, inacabada--, empiezo a pensar que la sorpresa fue únicamente cuantitativa, porque lo que las urnas dieron fue, como debe ser, un espejo de lo que está ocurriendo en el día a día. Y si bien es cierto que en esta ocasión el espejo está curvado, no es menos cierto que no sabemos el grado de la curvatura ni cómo puede evolucionar. Me centraré en lo que ha ocurrido en España sin olvidar que los asuntos claves son comunes a buena parte de Europa.

El espejo social que supone un escrutinio electoral en esta ocasión se ve curvado por razones conocidas: en primer lugar, porque las elecciones europeas, concebidas por muchos como de segundo orden, son un excelente momento para el voto de castigo, de desprecio o de revancha. Por otro lado, porque con un 45% de participación, la estadística puede llevar a equívoco. Y finalmente porque, en contra de lo que muchas veces se dice, el elemento clave de la injusticia de nuestro sistema electoral no es tanto la ley d'Hondt como la circunscripción, que al ser en este caso única para toda España, permite mayor representación de opciones con menos votos.

Así y todo, las elecciones no dejan de ser un reflejo de lo que hay en nuestras calles, y de estas últimas se pueden extraer, al menos, seis grandes lecciones: la confirmación de la consabida desafección, la consolidación de un mayor pluralismo social, el crecimiento del sentimiento antiestablishment y el clamor por otra forma de hacer política, el rechazo del austericidio neoliberal, la fuerza de los nacionalismos periféricos y finalmente, la pérdida de hegemonía de la informacion de los medios tradicionales.

En lo que a la desafección respecta, un punto más de participación no puede dejar satisfecho a nadie que haga las cuentas: si se resta la aportación de Cataluña, que superó en un par de puntos la media española, y el efecto movilizador que probablemente tuvieron tanto Podemos como otras opciones nuevas, veremos que la opción mayoritaria del censo electoral ha sido renunciar a las urnas. La abstención es siempre complicada de interpretar porque bajo el mismo gesto se escoden distintas actitudes --protesta puntual, rechazo al sistema, mero pasotismo--, pero indica claramente que lo que se ofrece no despierta interés en la ciudadanía.

Una ciudadanía, por otro lado, que está conformando una sociedad plural y diversa, como corresponde a estos tiempos. La proliferación de opciones electorales, y la consecución de escaños por parte de diez formaciones políticas, así lo demuestran. Eso no quiere decir que el bipartidismo esté muerto, pero sí seriamente dañado, pasando a representar únicamente a la mitad de los votantes, frente al 80% de hace cinco años.

Entre las personas que votaron, los politólogos y sociólogos tenemos la manía de ordenar los votos en torno a ejes o cleavages que explican las distintas tendencias. Hasta ahora en España se jugaba con el análisis en torno a dos divisiones: el eje izquierda-derecha, y el nacionalista estatal-periférico. En este caso hemos asistido a la aparición, con fuerza, de un nuevo eje: el de aquellos que conciben la política dentro de las reglas establecidas frente a los que están reclamando otra forma y otro fondo en la política. Ya hay quien habla de la "vieja" y la "nueva" política.

Empezando por este último, la irrupción fundamentalmente de Podemos, pero también de otras nuevas opciones, marca a las claras el crecimiento de una actitud no tanto antisistema como de rechazo a las políticas, las formas, los modos y costumbres del establishment. Quienes son percibidos como parte de esta pomada se han debido sentir aludidos a la luz de las reacciones que van dejando ver.

Si analizamos los resultados en clave izquierda-derecha, vemos que la suma de los votos de izquierda superan a los de derecha, como sociológicamente corresponde a nuestro país. En este sentido, cabe llamar la atención sobre la aparición de competidores en todos los espacios, tanto de la derecha, como de la izquierda, y de la izquierda de la izquierda, que acaban con la exclusividad en cada ámbito.

Tampoco es extraño que tanto en el País Vasco como en Cataluña las fuerzas nacionalistas periféricas hayan confirmado su poderío. Conflictos sin resolver, reivindicaciones históricas que crecen al calor de la crisis, y una nefasta y ciega gestión de estas cuestiones por parte del gobierno del PP, han puesto realmente fácil el crecimiento de estas opciones.

Y FUERA DEL ÁMBITO estrictamente electoral, merece especial atención el papel que la red está alcanzando, cuestionando la exclusividad de la información de los medios tradicionales. Hay que recordar que Pablo Iglesias se convirtió en personaje mediático tras el éxito del programa La Tuerka emitido en una tv online. Allí forjó el personaje y la fama que luego le ha dado entrada en las cadenas de televisión.

Digerida, por tanto, la primera impresión de los resultados, veremos que las urnas no han dicho nada distinto a lo que cada día escuchamos en las calles, hablamos con los amigos o intuimos en la lectura de los diarios o de las redes sociales.Cuando tengamos encuestas post electorales podremos corroborar, matizar o descartar estas ideas.

La clave ahora está en saber cuál es la curvatura del espejo: ¿cuánto de deformación de nosotros mismos tiene esta imagen que nos dejó el 25-M?. Lamentablemente, en cuestiones socio-políticas esto no podrá saberse nunca a ciencia cierta, ya que no es posible aislar unas circunstancias de otras y acertar qué habría pasado si hoy se hubieran celebrado elecciones autonómicas, municipales o generales, en estas circunstancias y con las reglas del juego habituales. Para colmo, el estado de ánimo, la percepción y la realidad social tampoco permanecen inmutables, y menos en estos tiempos donde todo acontece a enorme velocidad.

Todo evolucionará en función de lo que hagan unos y otros: ¿será capaz el PP, adalid de las políticas neoliberales, de interpretar la pérdida de 2,5 millones de votos y corregir el rumbo? ¿Tendrá el PSOE el valor y la fuerza de reconocer que la socialdemocracia necesita reinventarse para dar respuesta a los problemas del día a día, junto al resto de la izquierda? Y estas otras izquierdas, ¿escucharán el clamor de quienes piden candidaturas unitarias para hacer frente a la derecha también en las urnas?.

La mala noticia es que, como han dejado ver las urnas en toda Europa, la democracia está seriamente herida. Pero la buena es que, como corresponde a los momentos de transición, la política está en la calle y el clamor es cada vez mayor. Politóloga