Duro es el oficio de vivir y mas duro el oficio de contemplar cómo el mundo cruje como una vieja casa --¿es una vieja casa?-- y camina hacia el desconcierto total entre hilarantes posturas nacionales y no nacionales y haciendo, de todo lo que se ve, una especie de crepúsculo cerrado de la dura condición del ser humano.

Solo los irreverentes se toman a chirigota estas olas crecidas en el fondo del salón comedor de nuestras mansiones abandonadas y se ponen al frente de las reconquistas urgentes y devastadoras. Es posible que a uno los años, como le pasaba al viejo Catón romano, le hagan ver distorsionados los paisajes cotidianos y se crea, como él, que la res publica se derrumba empujada por todos los integristas, de uno y otro color, que nos asedian con sus rebuznos ilustres y confunden el culo con las témporas, pero con tal fuerza que, todos nosotros, acabamos también viéndonos el culo en las témporas y estas en el ojo de la paja ajena con la viga transversal en el delicado epíteto para todos los difuntos.

Escucho a los papagayos hablar desde las tribunas de los hemiciclos y mientras contemplo, tras el bla, bla, bla, cómo los cuerpos heridos de muerte buscan una salida desde hospitales cutres o desde embarradas barcazas abandonadas al griterío descompuesto de las últimas gaviotas del continente africano. Hay un cansancio, casi metafísico, en el giro copernicano de esta cosa que llamamos Tierra y que la van desangrando los palestinos muertos, los israelitas asediantes, los jovencitos de Montenegro convencidos de que han descubierto América, mientras nuestros colegas de Europa se desconciertan cada vez más y los USA se descomponen ante el aullido desaforado del hambre que viene del sur.

Todo viene del sur, desde un sur arrasado por las multinacionales y que, cuando alguno de sus jefes decide defender su única razón económica, el mundo desesperado se lanza sobre él como furias bestiales: todo debe seguir como habíamos previsto y nada debe trastocarse y menos, en beneficio de unos inditos que, por no saber, no saben nada de la economía de esta globalizada sociedad en la que sobre todo globalizamos la explotación y el hambre.

Espero que al nuevo Real Zaragoza le vaya, como dicen los hispanoamericanos, bonito. Perdí la ilusión sobre este equipo y ahora vagabundeo los domingos por las calles apretadas de emigrantes de mi nuevo barrio. Como ilusorias naves y desde un ensoñado puerto de mar, los autobuses, cargados de todas las gentes de este mundo, se embarcan en la destartalada estación de Ágreda y se van a recorrer las calles de otras ciudades ignotas. En la puerta de mi casa dejan, después de utilizar el escalón como asiento, los restos de sus humildes colaciones más algún bote de coca, cerveza o refrescos anaranjados. Por la mañana la muchacha del servicio municipal de limpieza de la ciudad hace desaparecer los últimos restos del combate y uno, que no sabe si ella es española, o polaca o rumana, le hace un gesto de agradecimiento y ella, seria que seria, no te responde. Baja los ojos y sigue en su trabajo. Seguro que también es emigrante.

Diputado en el Congreso de Chunta Aragonesista por Zaragoza