Esto, que interpreto de forma metafórica, escribía días atrás en Facebook el periodista Juan Carlos Purcalla: «Hoy hace 40 años que dejé de fumar. Estaba en el aeropuerto de El Prat esperando a Tarradellas y una afonía total me impidió transmitir la crónica por teléfono. Entonces pensé: Ahora o nunca. Y jamás volví a fumar un cigarrillo. Estoy seguro de que aquella decisión me ha proporcionado años de vida. Es una de las muchas cosas que le debo a Tarradellas. Espero que los fumadores que me lean se animen».

El 23 de octubre de 1977, hace ahora 40 rotundos años, en la trémula España preconstitucional, transida de transición y amenazada por los cuatro costados, la inteligencia de gente como Adolfo Suárez y Salvador Sánchez Terán, permitieron que Josep Tarradellas pudiera salir con toda la dignidad del mundo al balcón de la Generalitat y pronunciar esa frase con la que ha pasado a la historia y que vale por toda una vida: «Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí».

En los últimos años, en Cataluña, se ha asistido a un movimiento de masas, bautizado como la Revolució dels somriures. Una revolución de las sonrisas construida sobre la falacia incurre en una gran contradicción; y esta a la que seguimos asistiendo se ha levantado sobre un bien construido edificio de falacias, que culminaron los pasados días 6 y 7 de septiembre, casi 40 años después del retorno de Tarradellas a Barcelona; cuando la Sra. Forcadell permitió que el Sr. Puigdemont y los suyos dieran el primer paso hacia la involución, creyendo y haciendo creer a una multitud enfervorecida, que avanzaban hacia la independencia, en lugar de retroceder hacia el abismo del que Suárez, Tarradellas y muchos otros nos habían sacado hace 40 años, después de otros 40 años de verdadera, auténtica e inadmisible opresión.

Mi amigo Juan Carlos dijo hace 40 años «ahora o nunca», y se libró para siempre de la servidumbre del tabaco. Ese mismo día, Tarradellas proclamó con júbilo su regreso y reabrió la clausurada puerta del autogobierno catalán. Poco antes, Adolfo Suárez, al permitírselo, había dado un paso más en la cuerda floja por la que se paseaba a diario, sabedor de que si conseguía no caerse estaba avanzando un paso más hacia la democracia.

En la confusión en la que nos movemos 40 años después de aquel día, algunos favores podrían ser hechos para que muchos pudiéramos agradecerlos y para que todos ganásemos años de vida, como hizo Purcalla dejando de fumar, o Suárez anticipando lo que era justo, necesario y además inevitable.

El Sr. Puigdemont y el Sr. Junqueras podrían devolverle el favor al Estado español y al Molt Honorable Sr. Tarradellas, abandonando la ilegítima legalidad de lo aprobado en septiembre en el Parlament de Cataluña, bajo la cómplice y negligente mirada de la Sra. Forcadell; del mismo modo en que el gobierno presidido por Suárez, hace ahora 40 años, dejó de mirar fijamente hacia atrás y decidió poner la vista en el horizonte, aun a riesgo de que los nostálgicos del infame caudillo le empujaran, haciéndole caer; y aun sabiendo que todavía estaba por concretarse el consenso necesario para aprobar una Constitución en la que se reconocía el Estado Autonómico.

En lugar de tirar de un lado y de otro para derribar una estaca que ya no existe, quienes nos han metido en este monumental lío que es el procés, deberían tener la generosidad de dejar de fumar, en beneficio de la salud de todos, para poder seguir hablando, cantando y sonriendo sin la hedionda servidumbre en que se ha convertido la obsesión por una independencia que nadie niega que pueda seguir siendo una legítima aspiración.

40 años han pasado desde el regreso de Tarradellas y dos veces 40 años han transcurrido desde su forzado exilio. Creo en las simetrías y en las metáforas; y también en la justicia poética, más que en la humana. Confío en el sentido común del presidente del Gobierno, en la responsabilidad histórica del PSOE y hasta en la valentía de la posición de Ciudadanos. Confío en el seny catalán de Junqueras y Puigdemont; pero confío todavía más en la cordura de aquellos ciutadans de Cataluña a quienes se dirigió Tarradellas; que, entre la vida y un cáncer de pulmón con metástasis, exigirán a sus gobernantes que elijan, sin dudarlo, la vida.

*Escritor