De arriba abajo, desde los aledaños del trono hasta las alcaldías de algunos pueblos aragoneses, los presuntos lamentan no lo que hicieron sino el hecho de que sus actos llegaran a saberse. Ése es el problema (para ellos). Por eso Urdangarín está "indignado", Camps se reivindica como víctima y Asín, el exregidor de Mallén, culpa de sus cuitas a "policías y periodistas". Mientras, la corrupción económica y política, por muy supuesta que sea, cae como una lluvia de mierda sobre la España en crisis, esta España donde los que presumen de patriotas tienen su caja B y parece que nadie puede resistirse al poder del dinero. Se ha puesto muy difícil confiar en los demás, e incluso a veces, cuando nos miramos al espejo, llegamos a sospechar de nuestra perpleja cara de honestos capullos. Esto es cada vez más repugnante. Pero sobre todo hay dos reacciones de los presuntos corruptos (y de sus amigos y partidarios) que, no sé a ustedes, pero a mí me sacan de quicio.

La primera es esa pretensión de haber hecho lo que se hizo "por el bien de todos", de replicar a las más demoledoras evidencias con explicaciones absurdas, de pretender tratar como idiotas a los mismos contribuyentes que previamente han sido estafados. Más sutil pero no menos irritante resultan los argumentos de quienes intentan rodear a la Monarquía de cortafuegos para que el Rey y el Príncipe de Asturias no se vean afectados por los inauditos mamoneos de su yerno y cuñado, respectivamente. Como si en La Zarzuela nadie se hubiera enterado en su día de las supuestas habilidades del tal Iñaki para sacarse una pasta (o sea, un pastón) por ser vos quien sois.

La segunda mamarrachada es el empeño de contrarrestar el Gürtel madrileño-valenciano con los eres andaluces, las guarrerías de éstos con las de aquellos. Pretenden los círculos adeptos que las tropelías de los suyos son casi nada pero las de los adversarios tienen categoría de crimen. Patéticos consuelos para una ciudadanía que se ve pillada en el fuego cruzado del saqueo.

Por eso, cada vez que veo a las personalidades salir a la palestra para exigir que nos apretemos el cinturón me entra la risa tonta. Pero tonta-tonta.