Una de las cosas más desconcertantes del actual discurso conservador-patronal es esa obsesión con la reforma laboral: la liberalización de los contratos, la anulación de los convenios, la reducción de los salarios. Rosell, presidente de la CEOE, quiere minijobs sin restricciones de ningún tipo. Rajoy, nuestro amado presidente, explicó en su discurso de investidura (antes de congelar el salario mínimo) que es preciso acabar con la eventualidad por el procedimiento de hacer eventuales a todos los asalariados. Sostiene que los jóvenes no encuentran empleo porque las empresas están atadas a sus curritos más veteranos, los fijos, los que cuesta una pasta despedir. Qué injusticia, ¿verdad? ¡Con lo fácil y equitativo que sería tener a todos en precario! En todo caso, tanto el líder empresarial como el superjefe del PP parecen ofrecernos una sola salida: antes de crear empleo hay que destruirlo de forma masiva.

¿Tanto rollo y tan mala leche para qué?, me pregunto yo. Por la fuerza de los hechos consumados cada vez hay más trabajadores fuera de cualquier convenio (en Aragón son ya 130.000), porque el de su sector ni se renueva ni se negocia ni nada de nada. La reducción de salarios es práctica habitual en las empresas, con independencia de cualquier acuerdo previo. La posibilidad de contratar personal por días, horas o minutos es total. ¿Qué más desea la CEOE?

Se habla mucho de los emprendedores y se confía en ellos para reducir el terrible y escandaloso porcentaje de paro. Pero se ignora que, en una empresa moderna y eficiente, emprendedores deben serlo todos: el propietario y los integrantes de la plantilla. Sin empleados capaces, bien formados, creativos y que obtengan satisfacción con su trabajo no puede haber buenos resultados. Mejorar la competitividad por la vía del contrato basura genera una espiral ruinosa. Echen un vistazo a los países de nuestro entorno que mejor capean la actual crisis. En todos ellos hay más estabilidad laboral, salarios más altos y un fuerte componente de investigación, desarrollo y, consecuentemente, innovación (además de una mayor lealtad fiscal por parte de los contribuyentes). Lo demás, cuentos.