Para hacer política con eficacia, hay una condición indispensable: el realismo, es decir, atender a la realidad de las cosas, no contarse cuentos, no engañarse, pues, de otro modo, sobre bases irreales, las medidas propuestas resultarán ineficaces. Pablo Iglesias lo sabe perfectamente. En primer lugar, porque ha escrito sobre Maquiavelo, al que puede considerarse como fundador del realismo en política; un Maquiavelo, por cierto, muy alejado de los tópicos simplones que siempre se han reiterado y que lo convierten en el teórico del absolutismo. En segundo, porque, al definirse, como acaba de hacerlo en una entrevista, como marxista, sabe que no hay política eficaz que no se base en un exhaustivo análisis de la realidad. Ya que él mismo nos los sirve en bandeja, podemos resumirlo con el lenguaje de Marx: conocer el mundo para transformarlo.

Estamos en condiciones de transformar el mundo. Nadie lo hubiera dicho hace apenas cinco años. Se han creado las condiciones para ello. Ahora hay que saber aprovecharlas. Y aprovecharlas pasa, ineludiblemente, por una correcta lectura de las condiciones políticas en que nos desenvolvemos.

Por eso me parecen tremendamente preocupantes los errores de lectura que de un tiempo a esta parte está cometiendo Pablo Iglesias. El primero de ellos se refiere a las pasadas elecciones autonómicas y municipales. Desde la óptica de los intereses de quienes queremos cambiar el mundo, las elecciones dejaron varios mensajes. Uno de ellos es que una fuerza política que alcanza un exiguo 14% de votos, caso de Podemos, se halla muy alejada de poder cambiar nada sustancial. Su posición, subsidiaria del PSOE allí donde entre ambos suman la mayoría, le obliga a apuntalar una de las patas del bipartidismo. Otro mensaje es que las experiencias de unidad popular en varios ayuntamientos sí que han sido efectivas para vencer a las dos patas del bipartidismo y convertirse en fuerza hegemónica. No debiera ser difícil extraer una conclusión política de esa realidad.

El segundo de los errores es no querer entender lo que desde muchos sectores se está planteando. Nadie está hablando de sopas de siglas (paradójicamente, la única organización que se niega a renunciar a sus siglas es Podemos), de acuerdos cupulares, de frentes de izquierdas, de banderas rojas. Iglesias sabe que está caricaturizando y, por lo tanto, no cumpliendo con el primer precepto para una política eficaz: la fidelidad a la realidad. Quienes apostamos por candidaturas unitarias para las generales, y ya estamos trabajando para ello, apostamos por replicar modelos como el de Zaragoza en Común, donde se produjo una alianza ciudadana en la que los partidos carecieron de visibilidad y donde gente de Equo, IU, Podemos y otras organizaciones, trabajaron conjuntamente, consiguiendo unos resultados espectaculares. Trasladar un modelo semejante a las generales, con los ajustes necesarios dadas las diferentes características del proceso, es la propuesta que ponemos encima de la mesa.

Podemos tiene una responsabilidad histórica. No es de recibo que ante la amplísima demanda de confluencia la respuesta sea: veniros a Podemos. Eso, desde luego, no es confluir, no es respetar la diversidad política y social que aboga por el cambio. No es, por otro lado, realista. ¿Acaso Ada Colau debe meterse en Podemos? ¿También Carmena? ¿Y Garzón? ¿Y Beiras? ¿Y Mónica Oltra? ¿Todos a Podemos? Tan consciente es Iglesias de que esto no es realista, que allí donde hay alguna organización potente que no sea IU, en Galicia, en Valencia, en Cataluña, ha abierto un proceso de diálogo para buscar candidaturas comunes. ¿Por qué no hacerlo en todo el país?

Resolvamos la coyuntura ante la que nos encontramos. Reconozcamos, desde fuera de Podemos, que, sin Podemos, nada es posible, pero, desde dentro de Podemos, que Podemos no lo es todo. Me consta que hay en Podemos mucha gente consciente de ello, a pesar de que Iglesias esté optando por dinamitar puentes. Volviendo al realismo con el que comenzaba el artículo, para mí, el análisis es muy claro: Podemos, en solitario, no puede, los demás, sin Podemos, no podemos.

*Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza