Los grupos municipales de Zaragoza, gobierno y oposición, hicieron ayer un llamamiento unánime a iniciar las fiestas del Pilar en paz y concordia, como corresponde. El balcón del ayuntamiento y la plaza del Pilar no deben ser escenarios de inoportunas expresiones de sectarismo o de cualquier acto que pueda desembocar en violencia. No es el lugar ni el momento. Con toda seguridad, nunca hubo un hito en la vida de la capital aragonesa en que más necesaria fuese la fiesta como espacio abierto a la amistad y el amor, propuesta de felicidad, y, en definitiva, bálsamo que cure los desencuentros y antagonismos que hemos padecido estos días.

Zaragoza, con su habitual y celebrada hospitalidad, está en condiciones de ser, una vez más, un magnífico lugar de encuentro. El mayor aliciente de nuestros festejos mayores ha sido siempre su condición de celebración abierta, amable y solidaria. Por eso la edición que comienza ha de contener los ingredientes habituales en su máxima calidad: paz, celebración, respeto y rechazo inmediato a todo lo que rompa las reglas de convivencia. No solo en lo relativo a la política, también en asuntos capitales como el planteado por la campaña «No es no», destinada a evitar agresiones o acosos sexuales.

En toda España flota en el aire una evidente tensión, un temor soterrado. Bueno será reducirlo mediante la diversión y la fraternidad. Es la hora.