Antonio González Trivi- ño fue el último alcalde de Zaragoza al que la Feria de Muestras le importó algo. En los tiempos en los que la primera autoridad municipal presidía el patronato, fue uno de los que vio un gran tirón económico para la ciudad y no dudó en apostar por ella. El resto hicieron lo justito porque pudiera ir ganando cuota, y desde el Gobierno aragonés, algo parecido. Santiago Marraco tuvo que lidiar con el caciquismo que en su época inundaba esta institución --aunque si no hubiera sido por esa arrogancia empresarial, probablemente las instalaciones de la carretera de Madrid no se hubieran levantado-- y, al igual que los que le sucedieron, solo fueron a cortar cintas de inauguración. La falta de ese impulso político ha sido uno de los problemas que ha tenido un recinto que es todo un motor económico para la capital aragonesa, y más. Los Reyes de España --los de ahora y los de antes-- han venido muchas veces, pero solo un presidente del Gobierno, Felipe González, visitó un certamen --otros vinieron pero solo estuvieron de mí- tines--. Los políticos de Aragón han tenido poca fe en la Feria, por mucho que las instituciones se hayan puesto de salvadoras en momentos de crisis. Y este escaparate de calidad que es la Feria zaragozana, que ha sabido sobrevivir y situarse entre las primeras, sigue necesitando de muchos apoyos para seguir. Aunque también precisa un inmediato baño de modernidad interna, soltar las ataduras de otros tiempos y aprovecharse de su poder de atracción.