Lo prudente e inteligente era, y es, condenar sin paliativos el asesinato de Victor Laínez y repudiar al presunto autor. En este caso, como en otros, lo que podríamos denominar trasfondo ideológico está muy desencajado, por más que radicales y majaras de toda condición utilicen las redes sociales para hacer leña de un suceso trágico, desdichado a más no poder y brutalmente gratuito.

Se adjudica a Rodrigo Lanza el triste victimario, una etiqueta: extrema izquierda. Y tal clasificación es atendida no solo por la gente de (más o menos) orden, que de inmediato intenta sacar provecho de la muerte (no había más que leer el artículo firmado por Jiménez Losantos, ayer en El Mundo), sino de no pocos despistados que van de rojos. Pero el supuesto asesino, aunque antaño fuese jaleado como héroe (¿?) alternativo, es en realidad un provocador nato del llamado Bloque Negro, un activista de la bronca. No hay más que ver su currículo.

Individuos de ese jaez (faístas, grapos, nacionalsocialistas de ETA-Batasuna, guerrilleros urbanos rojinegros y otras tribus) han sido tradicionalmente una maldición para la izquierda y una bendición para la derecha. Sus estupideces, su descontrol y, por qué no decirlo, sus crímenes han dado alas a los argumentarios ultraconservadores (y conservadores en general) y han causado daños irreparables a la causa del progreso social, la libertad y la solidaridad. Gentes de la misma onda (aunque aquellos no fuesen nietos de almirantes chilenos comprometidos con el pinochetismo) jodieron la II República, entorpecieron la desesperada lucha popular contra el fascismo en la Guerra Civil y luego, durante la dictadura, generaron las condiciones para sucesivas infiltraciones y provocaciones policiales.Siempre fueron de muy poco fiar.

Salvando todas las distancias, estamos ante uno de esos casos de libro. Pero todavía queda gente en la izquierda-izquierda que no se entera. Quizás porque nunca como ahora estuvo la cosa tan enredada ni las ideologías progresistas cotizaron tan a la baja. Así va la cosa.