Arguyo la conocida frase de Gila ("¿Esta el enemigo? Que se ponga"), como preguntando acerca del enemigo que parece obligar a la cultura a defenderse. Si esto es así, ¿quién es el enemigo que ataca a la cultura? O mirando desde otro prisma, si la cultura tiene que defenderse, ¿de qué se le acusa?

La crisis también preocupa a las gentes que nos dedicamos a la cultura. Como en otros sectores, los problemas económicos han ocasionado pérdidas de empleo, cierre de empresas, espacios o proyectos, dificultades económicas y las consiguientes pequeñas tragedias personales que hay detrás de cada número. Y hemos caído en la trampa de defender la importancia de la cultura con su valor de mercado, según el porcentaje de PIB y puestos de trabajo que generara. Eso nos hizo creernos fuertes porque nos llamábamos industria cultural. Quizá un oxímoron demasiado engañoso. Si cultura cae en esa trampa, comete el error de competir en las lógicas de un sistema capitalista que al mismo tiempo le repudia, en parte, por no someterse siempre a los estándares de rentabilidad, eficacia, eficiencia...

La necesidad cultural no va sujeta exclusivamente a la generación de riqueza. Porque el panegírico del utilitarismo de la cultura es débil y se pone en entredicho ante la escasez. Y además, porque el carácter de servicio público de la acción cultural debe estar encima de su vocación de negocio. El ecosistema cultural va más allá de la supervivencia económica si nos creemos que la cultura es necesaria. Y si la primera trampa del neoliberalismo ha sido hacernos argumentar la defensa de la cultura por su capacidad de generación de riqueza, la segunda es hacernos creer que lo cultural no forma parte de un ecosistema común de defensa de lo público. ¿Cómo defender la cultura cuando se está desmontando la educación o la sanidad? Nos equivocamos en esta argumentación porque el enemigo no es la cultura frente a la educación o la sanidad. La defensa es común, y el enemigo está enfrente. El enemigo es un sistema que nos ha hecho creer que las reestructuraciones sólo pueden hacerse recortando derechos a la ciudadanía y encogiendo servicios públicos. La voracidad de un sistema de mercado hace que los ajustes económicos pongan la excusa perfecta para que los estados sigan recortando en la capacidad crítica de sus ciudadanos.

Desde la cultura queremos defender la política, la ciudadanía y lo común. La cultura no puede ser el narcótico del entretenimiento alienante contra el desasosiego de unos tiempos difíciles. La cultura debe servir como elemento generador de conocimientos, de reflexión y de conciencia crítica. Porque como indica Jordi Llovet en su libro Adiós a la Universidad, el eclipse de las Humanidades,"Sin una ciudadanía emancipada desde el punto de vista intelectual, toda democracia tiende a la plutocracia, la burocracia o a las diferentes y más sutiles formas de totalitarismo".

Por eso quizá sea necesaria una reconversión de la cultura pero quizá también una revolución cultural que cambie lógicas sociales y mentalidades colectivas más allá de la dimensión estrictamente cultural. Quizá la cultura pueda ser el dónde y el cómo empezar a repensar el mundo. ¿Nos atrevemos a hacerlo?

Presidenta de Procura, (Profesionales de la Cultura en Aragón)