Tras las elecciones municipales y autonómicas del pasado domingo algunos de los políticos que no han logrado los resultados esperados han manifestado su voluntad de retirarse. Pero, lejos de renunciar a cualquier cargo público para dedicarse a actividades privadas y profesionales, si es que pueden hacerlo, la inmensa mayoría de los afectados está buscando a toda prisa una recolocación en cargos de segunda fila, pero siempre a costa del erario público. Algunos varones y damas del PP, que no pueden revalidarse como presidentes o alcaldes, ya andan en tratos para encontrar un nuevo acomodo en el Senado, un apacible, cómodo y discreto cementerio de dinosaurios políticos donde se trabaja poco y no se sirve para nada, pero donde se disfruta de un buen sueldo y un privilegiado estatus de padre (o madre) de la patria. Los Bauzá, Fabra o Rudi de turno anuncian que se van, pero no se marchan del todo, porque, en realidad, se quedan en otro sillón y en otro cargo, y van a seguir colocados y tan contentos, que son dos días.

Y otros derrotados, como los presidentes de Cantabria y de Castilla-La Mancha o las alcaldables de Madrid o de Valencia, quieren quedarse en la oposición cuatro años, tan ricamente, a esperar que escampe o a que cambien los vientos caprichosos de los votantes; o incluso maniobran en la oscuridad para ver si con malas artes y pocos escrúpulos, como pretenden en el Ayuntamiento de Madrid, consiguen los votos necesarios, forzando lo que haya que forzar, para seguir en el poder, aunque no lo permita el reparto de concejales surgido de las urnas. Hace unas semanas, los malos resultados electorales de liberales y laboristas en el Reino Unido provocaron la dimisión fulminante e irrevocable, la misma noche de las votaciones, de sus dos líderes. No hubo que esperar a ningún congreso extraordinario ni a posibles pactos postelectorales ni a componendas extrañas. No les fueron bien las elecciones y se marcharon a sus casas, tal vez porque tenían un lugar al que poder dirigirse. En España, las cosas son muy distintas; aquí muchos políticos sólo han ejercido en toda su vida esa profesión, como ocurre con Susana Díaz en Andalucía, por ejemplo, y con tantos otros que de dejar la política no sabrían dónde ir. Bueno, siempre les quedará una compañía telefónica, una eléctrica o una de gas para colocarlos en sus consejos de Administración y agradecerles los servicios prestados, aunque no sepan nada de nada de lo que llevan entre manos. ¿O sí?

* Escritor e historiador