El Faro ha sido un hito múltiple. No hay otro edificio en el mundo como este botijo de paja, barro, bambú y madera. Nunca en la historia de las expos había habido un pabellón autoorganizado de las oenegés. Nunca antes organizaciones de la sociedad civil tan diversas, geográfica y temáticamente, habían construido juntas un discurso común. En la hora del cierre merece la pena hacer un pequeño balance de urgencia.

Cuando algo se hace por primera vez lo que quiere decir normalmente es que no es fácil hacerlo. No, no era fácil que la Expo se arriesgara a poner en marcha un proceso de final incierto y, en buena medida, incontrolable. Era muy previsible que el mensaje de las oenegés incomodara a algunos gobiernos, que son quienes sustancialmente hacen las Expos. Y también era muy previsible que los enfoques de las oenegés no fueran muy del agrado de las multinacionales que suelen patrocinar estos eventos.

Y TAMPOCO ERA fácil que las oenegés aceptaran un reto que tenía dos dificultades. Primera y muy fundante: Las oenegés dudábamos de nosotras mismas, de nuestra capacidad para superar las habituales tendencias al narcisismo y la endogamia y construir un espacio común.

En El Faro han participado oenegés de carácter medioambiental, social, de consumidores, culturales, de cooperación al desarrollo, feministas, vecinales, del Sur, del Norte, confrontativas con el poder, colaboradoras con éste. Cada sector tiene su cultura y su enfoque. La segunda dificultad es el muy arraigado y explicable recelo hacia los poderes establecidos. Las oenegés teníamos miedo de que los muy probables conflictos que surgieran de las relaciones con las instituciones arrumbaran el proceso y nos quedáramos varados en tierra de nadie.

La Expo superó sus miedos y las oenegés superamos nuestros miedos. Y El Faro ha sido hijo de esa valentía mutua. De esa decisión paralela de gestionar el miedo y dar una oportunidad a la esperanza.

El Faro ha sido un espacio sin censuras, en el que se mostraban las propuestas de las oenegés pero también sus protestas. El visitante ha podido así contrastar la explicable y habitual autocomplacencia de los pabellones gubernamentales con los 48 casos que había seleccionado el Consejo de El Faro. Al final, los visitantes, como personas adultas, se habrán ido con su propia opinión.

TAMBIÉN El Faro ha sido una oportunidad para las oenegés de llevar nuestros mensajes a las mayorías. Con frecuencia, como decía un miembro de las organizaciones japonesas que participaron en el Pabellón, estamos acostumbrados a hablar para convencidos, a centenares o a miles de convencidos. En El Faro, por el contrario, hemos vivido el desafío de llevar nuestros mensajes a los más de un millón de personas que han visitado el Pabellón de Iniciativas Ciudadanas. Para cambiar el mundo tenemos que llegar a las mayorías, El Faro ha sido una oportunidad excepcional.

Si no están las oenegés, las expo se convierten en una sucesión de anuncios publicitarios de países y empresas. Y son increíbles, porque todas las personas sabemos ya que el mundo real está hecho de buenas y de malas noticias.

La presencia de las oenegés en las expo, con su propio discurso, da verosimilitud a las expos. Por eso será muy difícil que, en adelante, las expos no creen un espacio para las oenegés. Las declaraciones de los dirigentes del Buro Internacional de Exposiciones permiten ser optimistas al respecto. Aunque no sería extraño que algún país dé espacio para alguna oenegé, pero no permita un proceso inclusivo, participativo y abierto en que las oenegés puedan hablar en libertad, sin restricciones.

El millón de visitantes de El Faro han recibido una doble invitación: al cambio personal en su hogar y a presionar a los poderosos para lograr el derecho humano al agua y al saneamiento y la protección de los ecosistemas acuáticos. La Expo ha acabado, pero la doble invitación permanece. Para lograr un uso sostenible del agua se sigue necesitando el cambio personal y la presión política. Caminemos en ambas direcciones. Secretariado de El Faro