El machismo imperante en la sociedad se hace visible a través de pequeños gestos cotidianos, en la vida de cada día, a causa de las trágicas consecuencias de las agresiones machistas, o bien en acontecimientos multitudinarios como, por ejemplo, las fiestas de San Fermín, que empezaron el jueves. Este es uno de los casos más conocidos, pero, por desgracia, no es el único. Desde los abusos verbales a las violaciones, la violencia machista se recrudece en ambientes festivos y veraniegos, con agravantes como el del alcohol y una cierta permisividad a veces impulsada por campañas publicitarias. En Pamplona se atravesó la línea roja en el 2008, con la violación y asesinato de la enfermera Nagore Lafagge en plenas fiestas, y el año pasado se multiplicaron por cuatro las denuncias presentadas, hasta un total de 19. El hecho más grave fue el de la violación de una joven de 18 años por parte de cinco jóvenes sevillanos que se bautizaron a sí mismos como «la manada».

Desde hace tiempo, Pamplona y sus Sanfermines están en el punto de mira porque en su momento se corrió la voz de que todo valía en un ambiente de fiesta multitudinaria y continua. Los colectivos feministas, primero, y más tarde las autoridades navarras han luchado por denunciar los hechos y dignificar la imagen de la ciudad. La tolerancia cero hacia las agresiones machistas se ha concretado en el lema No es no, en una mayor presencia policial, en la facilidad para presentar denuncias y en una política consensuada de concienciación cívica. En las fiestas de la Vaquilla de Teruel, también el ayuntamiento ha planteado una campaña informativa orientada en la misma dirección. Y la concienciación ha dado sus frutos, indudablemente: no se han conocido casos de absusos en el fin de semana festivo turolense.

Pero el peligro está al acecho. Volviendo a Pamplona basta comprobar que en las primera noche de las populares fiestas se presentaron dos denuncias por abusos sexuales y una persona fue detenida en relación con los hechos. Y no solo en Pamplona sino en todas partes donde la aglomeración, el alcohol y el todo vale (teñido con la agresividad ejercida en grupo) se convierten en un cóctel explosivo contra la mujer. Bajo el disfraz de la fiesta no deben ocultarse el incivismo ni la brutalidad. Deben prevalecer, siempre y en cualquier lugar, la defensa de los derechos de la mujer y la solidaridad hacia las víctimas.