Puntuales a su cita anual, llegaron los Reyes de Oriente para todos o, más exactamente, para casi todos, pues algunos desheredados de la sociedad de consumo ni siquiera encontraron en sus zapatos un poco de carbón que, al menos, les hubiera servido para templar sus cuerpos ateridos. Pero este no fue el caso de los vecinos de Biscarrués, Piedramorrera y Erés, unidos en una gran fiesta colectiva para recibir a Sus Majestades, que llegaron dispuestas por noveno año consecutivo a que ni un solo habitante de estas poblaciones, sea niño, adulto o anciano, se quedase sin regalo. A los chiquillos de La Fresneda, en cambio, les preocupaba que los Reyes pasasen de largo al no divisar ninguna luz en la villa, tal y como un antiguo dicho del lugar afirma que aconteció en tiempos pretéritos; así que, por si acaso, pequeños y mayores se lanzaron a la calle en la noche del 5 de enero arrastrando viejos pucheros y latas, los «calderons», para provocar tan tremenda algarabía que no pudiese ser ignorada. También, gracias a la generosidad de organizaciones solidarias, los grandes centros hospitalarios de Alcañiz, Barbastro, Calatayud, Huesca, Teruel y Zaragoza, han recibido la visita real con recuerdos para los pacientes infantiles, que con tanta ilusión los esperaban.

La Epifanía es una fiesta entrañable que perdura en nuestra memoria envuelta en dulces recuerdos, antes de que otras costumbres y usos ajenos procedentes de culturas forá- neas pretendiesen suplantar a esta hermosa tradición. Por fortuna, no lo han conseguido, muy a pesar de que cuentan con la ventaja de entregar sus presentes a los peques con tiempo suficiente para disfrutarlos durante las vacaciones navideñas. Quizá, porque el mejor regalo es el tiempo que los papás dedican a sus pequeños.

*Escritora