Los anuncios de los coleccionables más absurdos ya se emiten a todas horas en las cadenas de televisión, provocando esa nostalgia que se mete en los huesos como la humedad del invierno que viene. Las señales se reconocen inconfundibles. El fin del verano se acerca y, efectivamente, siempre es triste. Nos resistiremos cuanto podamos, pero al final habrá que rendirse. Vuelve el trabajo, vuelve la rutina y vuelven ellos, aunque le parezca que nunca se fueron. Si la política española durante este agosto les ha parecido cansina y repetitiva, prepárense; septiembre puede acabar en la exaltación definitiva de la esterilidad. Ni Gobierno, ni alternativa. Mariano Rajoy dejará de dar caminatas por el monte como única señal de la urgencia de la situación para avanzar lento pero seguro hacia unas Navidades electorales que aguarda cargadas de regalos y una mayoría. Ciudadanos seguirá dando ruedas de prensa cada cinco minutos para informarnos de cómo han cedido en la exigencia de ayer pero a cambio la de hoy resulta innegociable. Pedro Sánchez volverá a hablar solo porque sus barones no saben permanecer callados. Pablo Iglesias reaparecerá porque no solo de Twitter puede vivir el hiperliderazgo. Lo malo de la política española no es que se haya convertido en un espectáculo. Lo peor es que el espectáculo se ha vuelto francamente malo. Dicen que se ha descubierto un planeta parecido a la Tierra cerca del sistema solar. A lo mejor allí han aprendido algo. No perdamos la esperanza.

Politólogo