Cuando en la calle el personal nota que la economía va mal, no hace falta que sea por su preparación académica para conjugar las consecuencias del PIB, sino por que sufre en su vida cotidiana las repercusiones en cadena de los terremotos de la actividad, no tardan en salir estudios que hacen previsiones alentando el optimismo como fuerza de enganche para sobrellevar con resignación el periodo nefasto, pero sobre todo para crear la esperanza de la mejora a la vuelta de la esquina. Se busca el último esfuerzo para alcanzar una meta a medio plazo que será liberadora de las carencias que en esos momentos se padecen. La realidad ratifica o desmiente a los informes, pero siempre hay unos matices que permiten adecuarlos al mensaje de que lo que no funciona se va a arreglar, paso a paso, pero sin dejar de mejorar. Desde hace casi una década ese ha sido el trazado que arrancó con la crisis. Ahora, cuando parecía que se salía poco a poco del pozo, sin olvidar las heridas abiertas que deja en los supervivientes, otro informe, el de la Cámara de Comercio en Aragón advierte de que se retrae el crecimiento y que en un par de años será difícil la creación de empleo, unas perspectivas a las que habrá que sumar las incertidumbres de Trump y el brexit que están por descifrar. Ante un escenario pesimista elaborado por expertos se complica alentar el espíritu esperanzador y si este decae arrastra al principal impulso de supervivencia ante tiempos difíciles. Un frenazo ahora, sin terminar de arrancar, desanima a cualquiera. Pero con eso no se come.

*Periodista