Llevo varios días preguntándoles a personas cuyo criterio valoro, qué es lo más difícil de la vida. Ninguna de las respuestas es coincidente. Para cada una de ellas la mayor dificultad de la vida se revela en un aspecto o condición diferente de la misma. Incluso en algún caso, lo más que he podido sacar ha sido un "buff" lleno de aprieto y compromiso. La pregunta no es nada fácil, lo admito y, si la cuestión tiene algún sentido es, desde luego, más allá de la supervivencia. Pues como dice la máxima Primum vivere deinde philosophari, sería una gélida frivolidad por mi parte no detener el pensamiento, siquiera por un momento, en aquellas situaciones que impiden lo básico: sobrevivir.

Y no solo me refiero a los de sobra conocidos conflictos internacionales que deberían provocarnos bochorno y vergüenza. Duele conocer la situación de Siria, de Sudán y de tantos otros lugares que entran y salen de nuestros medios de comunicación a la velocidad del rayo siguiendo extrañas y desconocidas pautas de decisión...

Produce sonrojo toda situación de violencia, mucho más cuando es la vida de población civil la que se arrasa y, sin embargo, no estoy convencida de que se haga todo lo posible por evitarlo y, lo que es peor, me temo que no se tiene la voluntad de proceder a ello. Pero, además de ello, más allá de ello, incluso en aquellos sitios donde no se vive el apocalipsis a diario, no faltan los problemas, dificultades y obstáculos que impiden sobrevivir con un ápice de serenidad. Cada quien puede buscar aquí el ejemplo temido o conocido, casi seguro que aquí sí hay concurrencias.

Como es lógico nadie espera que esto sea el paraíso pero, aun sin serlo, vida se convierte para algunos en una pesada carga. Ahí, justo ahí entra, a mi juicio, la inocencia.

Se puede ser inocente por dos vías o modos, desconozco si alguno es mejor pero no ignoro cuál es el más difícil.

Se puede cultivar la inocencia sin voluntad de ello y en ese sentido se prodiga sin demasiado esfuerzo, y así lo hacen quienes de modo natural ven y aprecian, sin intentarlo, sin proponérselo apenas lo bueno y limpio de la vida.

Desde ese punto de vista vendrían a ser buenos, no ángeles, pero sí puros, los niños, los generosos, los desinteresados... Pero también los hay, conozco a pocos pero sí a algunos, que han tomado la decisión de no dejarse arrastrar por la desconfianza y la tristeza.

En ningún caso al cien por cien, en ningún caso siempre, claro, todo lo humano está revestido de grados, por supuesto. Aún así en distinta medida y con la diferente intensidad que distingamos, incluso en ese caso, lo más difícil, para mí, es que las decepciones que, en ocasiones, la vida diaria lleva apararejada no ganen el pulso a la ilusión.

Lo más difícil, y tal vez lo más meritorio, sea optar por la inocencia como método para enfrentarnos y asumir las complejas posibilidades de la cosas. La inocencia como virtud. Sé bien que ninguna de estas dos palabras están muy de moda, mucho menos empleadas en la misma frase, pero es que son las que más se ajustaban a la idea que hoy quería contarles.

Profesora de Derecho de la Universidadde Zaragoza