Aragón padece un problema grave y secular de despoblación, sea provocado por la emigración o derivado de bajas tasas de natalidad. Hoy en día, la reducción de nacimientos está íntimamente relacionada con el papel de la mujer dentro de una concepción familiar que aún no ha logrado conciliar adecuadamente maternidad y proyección profesional. Por más que ya muchos varones colaboren de forma eficaz en las tareas del hogar, la crianza y educación de los hijos exige mucho más: la total implicación de ambos cónyuges junto a ineludibles renuncias en el ámbito laboral, las más de las veces de efecto permanente. Para la mujer, la crianza entraña un enorme sacrificio, en especial de su carrera profesional, pues los exiguos subsidios y anémicas medidas de apoyo apenas pueden aliviar un escenario muy desfavorable, quedando supeditada la mujer, entre otras secuelas, a un retraso de la edad de procreación hasta límites insostenibles. Por supuesto, todo es mucho más complicado para la futura madre cuando está afectada de una diversidad funcional y, por tanto, en situación de mayor vulnerabilidad. El papel femenino en la familia es básico y ha de seguir siéndolo; pero el protagonismo masculino ha de ser igualmente fundamental e indistinguible en cuanto a la asignación de funciones. Y todavía no es suficiente, ni siquiera sumando la colaboración de abuelos: para que la familia pueda salir adelante, es precisa la contribución incondicional de toda la sociedad, desdeñando la herencia patriarcal propia de comunidades ancestrales, que tiende a excluir al varón de cualquier otra aportación que no sea el tradicional sostén económico. Ya no el futuro, sino la propia supervivencia es lo que está en juego.