Mientras en Estados Unidos los dos candidatos a la presidencia se pelean con guantes de boxeo (Clinton, la púgil resabiada y ágil; Trump, el gorila torpe e iracundo), en España vivimos entre la perplejidad y el hastío el desangrarse de la izquierda mientras la derecha sigue monolítica. Monolítica pierda o gane, que es lo increíble. Bastaba con ver a los candidatos a las elecciones vascas, después del fracaso que cosecharon, más contentos que si hubieran ganado la lehendazaritza. Estamos en el mundo al revés. Quien tiene que formar gobierno, tras fracasar en el empeño, espera fumándose un puro, mientras la izquierda se desangra a chorros entre luchas cainitas, puñaladas traperas y montañas de hipocresía. ¿Por qué no reconocer que es tiempo de retirarse a los cuarteles de invierno y reagrupar las tropas? ¿Por qué ese empeño por resultar trascendente o tocar poder a toda costa? Y no hablo solo del PSOE; Podemos, en ese intento de jugar a fuerza decisiva, están ahuyentando a todos aquellos votantes circunstanciales que confiaron en que con el nuevo partido las cosas cambiarían. Aún hay quien se pregunta qué están haciendo mal para seguir perdiendo votos así: pues señores, que están jugando a un juego de mayores con tácticas de adolescentes. Ahora te doy el apoyo, ahora te lo retiro. Ahora te insulto por Twitter, ahora te doy un beso en la boca. Pero con todo, más pena me dan los votantes clásicos del PSOE: es imposible reconocer a aquel gran partido en medio de tantas maniobras que apestan a miedo y a desesperación.

*Periodista