Jesús Vallejo es uno de los centrales europeos con mayor proyección y una realidad en el Real Zaragoza. Cuando Popovic decidió situarlo de lateral con intención de blindar la línea defensiva provocó un cataclismo estructural que rebajó las prestaciones del canterano a la mínima expresión. Fue como si al joven héroe local le hubieran metido kryptonita en vena. Corría de arriba a abajo impulsado por el motor de su espíritu bienhechor, pero lanzando golpes al aire en el cuarto oscuro de una posición a mil años luz del planeta que mejor conoce.

Al Numancia se le ganó por muchas cuestiones, entre ellas esa afición a la que habría que levantarle un monumento cada fin de semana. La principal, sin embargo, fue el regreso a la normalidad, o a la lógica, o la sencillez. La vuelta de Vallejo al eje ratificó y elevó la calidad de un futbolista y vertebró la fe de un grupo descreído por los malos resultados y por una pobre condición física que condiciona sus objetivos. Tiene fuerza, velocidad e inteligencia para la interceptación y la rectificación y está dotado para sortear el primer campo de minas de la presión rival con zapatillas de ballet: sus pases de ruptura son música celestial para un equipo que tiende a salir de atrás colgando no pocos balones en los cráteres de Marte.

Resumir el triunfo en su figura no sería justo, aunque tampoco pasaría la noche en el calabozo quien lo hiciera. En la suma de esos tres puntos que permiten viajar a Ponferrada para seguir luchando por la sexta tuvieron mucho que ver los resucitados, jugadores que habían entrado en un declive considerable y que frente al Numancia recuperaron si no sus mejores versiones sí las adecuadas para salir del paso. Por ejemplo Dorca, azotado por los kilómetros que lleva a sus espaldas y por el fallecimiento de su madre (dolor imposible de apagar). El centrocampista, pieza trascendental para el equilibrio en la contención, retomó su función pendular con un gran criterio, con más alegría.

La sorpresa de la tarde la protagonizó Íñigo Ruiz de Galarreta, titular indiscutible y ahora suplente incuestionable. La baja de Basha le abrió una nueva puerta y el vasco la cruzó con un encuentro elegante, productivo y serio. Tuvo dos ocasiones muy claras para marcar, lo que hubiera rematado su excelente faena, pero después de caminar por el valle de las sombras durante tanto tiempo hay que reconocerle su notable influencia para barnizar el juego con pases para todos los gustos. Acostumbrado y acomodado en el papel de acompañamiento, pidió y le dieron paso hacia el protagonismo para el que se le fichó.

Jaime Romero, con una lesión de por medio, tampoco terminaba de asemejarse a aquel extremo desbordante con goles de oro e intermitencias en su cartuchera. Suyo fue el tanto de la esperanza en una primera parte de lucimiento, de conducción burlona y profunda, de una chispa diferente que se apagó en la segunda mitad. ¿Y Fernández? Retirado de la circulación por el técnico por cuestiones de palacio y también de pérdida de confianza, estuvo como un jabato. Claro que tenía a su lado a Jesús, y así cualquier milagro es posible.