Aquel verano del relevo accionarial en el Real Zaragoza, ya con la Fundación 2032 al mando, Víctor Muñoz siguió en el banquillo por lo que siguió. Fue parte del peaje aunque nadie en la SAD creía en él ni cuando asumió su continuidad. Cosas de los negocios. Aquel mismo verano, Ángel Martín González fue nombrado director deportivo por lo que fue nombrado. Su extraordinaria habilidad para levantar una muy buena plantilla en tres semanas le sirvió para ganarle tiempo al reloj. Hasta que llegó su hora: en unos meses la crispación era insostenible y la desconfianza hacia él de niveles máximos. Solo Ranko Popovic ha escapado a las sospechas en estos cerca de dos años. La SAD creyó siempre en él. Creyó tanto que no creyó que despedirlo fuese un acierto. Sin embargo, la mayoritaria contestación de La Romareda pudo más.

Entre idas y venidas, fluctuaciones, cambios y recambios, el Real Zaragoza perdió un tiempo precioso para marcar una dirección sólida desde el inicio y hacer de la estabilidad su principal bandera. Esa palabra, estabilidad, es la que Narcís Juliá ha tenido en la boca cada vez que la ha abierto desde que se hizo cargo de la parcela deportiva. Esa y proyecto, sinónimo de aquella y que suele distinguir a los clubs que trabajan con posibilidades de prosperar y los que se pierden entre bandazos.

Los nombramientos de Lozano y Espinosa para la Ciudad Deportiva son un paso más en el proyecto que Juliá quiere desarrollar en el Zaragoza, que ahora sí tiene un plan y una persona que lo ejecuta en la que la SAD cree a pies juntillas. Los proyectos en el fútbol salen bien o salen mal, más bien que mal cuando están bien pensados, se maduran y no se destruyen al primer mal resultado.