La encuesta sobre la evolución de salarios del 2014 presentada por el INE, es otro guante a la cara del triunfalista discurso con que el aparato económico y político de la derecha viene machacándonos, desde hace meses, para pedir el voto a Mariano Rajoy.

Cuando un país con 4'8 millones de parados y el 22'2% de la población en riesgo de pobreza, tienen cuatro millones de trabajadores percibiendo mensualmente menos de mil euros (en Aragón 120.000), el crecimiento del salario medio en 2014 es 0'65% (12'2 euros año) y el sueldo del 10% de los asalariados más bajos ha bajado 3'3 euros mensuales, no hay recuperación económica, hay pobreza y desigualdad (el sueldo medio del 10% de los trabajadores que más ganan es 4.616 euro/mes y el del 10% de los que menos ganan son 411'7 euros/mes). ¿Quién nota la recuperación?, ¿los nuevos contratados a tiempo parcial para la campaña de Navidad y rebajas por 654euros/mes?, ¿las mujeres, jóvenes y parados de larga duración, que llenan almacenes, hacen el reparto y atienden al público estas semanas, sin horario, con plena disponibilidad de jornada, pendientes del teléfono para cubrir las horas con más demanda?

SUPERAR la crisis dejando un tercio de la población entre la pobreza y la marginalidad, otra tercera parte arruinada en salarios, derechos y posibilidades de futuro y otro tercio pendientes de no empeorar más, no es para el autobombo sino para la vergüenza.

Seguramente lo peor de la crisis no es solo el daño material, sino el daño moral que le está haciendo a nuestra sociedad. Muchas veces las frías estadísticas, nos impiden ver como la crisis nos ha llevado a adoptar las peores soluciones y los más agresivos valores con los más débiles; hemos abrazado el individualismo ante la injusticia, el afán de beneficio, el consumismo como solución y el traslado a los demás de nuestras propias responsabilidades a través de la sistemática crítica del sistema.

Sin duda, el desplome de la cohesión social que daba el estado del bienestar, está cambiando nuestros comportamientos y aptitudes cotidianas, de aquella confianza en las instituciones del estado, hemos pasado al desapego y decepción de las mismas, de aquel proyecto colectivo, hemos ido a una etapa de inseguridad, de temor a perder el empleo, las rutinas, los bienes materiales, la seguridad personal. Son cambios producidos por una gestión de la crisis que puede perpetuarse, sino recuperamos el papel esencial del Estado y evitamos la fe ilimitada e injustificada en el mercado como panacea del futuro. "No sabemos qué mundo van a heredar nuestros hijos, pero ya no podemos seguir engañándonos con la suposición de que se parecerá al nuestro", decía Tony Judt.

EL CAMBIO que necesitamos, presagiado por las autonómicas y municipales, parece disolverse poco a poco, conforme vamos acercándonos al 20-D. Las divergencias en una parte de la izquierda, los nuevos fichajes, las repeticiones de los viejos vicios en los aparatos de los partidos para confeccionar las listas, combinado con un abuso del márketing para avalar productos programáticos, sin apenas diferencias entre las distintas opciones, difícilmente pueden ilusionar a quien la crisis ha dejado más pobre, más indefenso y más inseguro. Al final las diferencias no están en la letra sino en la credibilidad del relato de la crisis y la mochila del pasado.

Pero sin duda es la cuestión nacional, la prueba más difícil que tiene la izquierda para producir un cambio, el foco mediático y las prioridades políticas ya no están en los efectos cotidianos de la crisis, sino en el campo de las emociones, la bandera, el himno y la patria. Mariano Rajoy es un experto en utilizar electoralmente el problema catalán, ahí está su recogida de firmas, la campaña electoral del 2011 y el recurso al tribunal constitucional; pensar que los mismos que nos han traído hasta aquí, nos pueden sacar es para "alucinar en colores".

LA CARPA electoral que Rajoy ha instalado en la Moncloa, para que acudan en procesión todos los líderes políticos empresariales y sindicales, legitima su desastrosa gestión del problema catalán, la judicialización del proceso, su falta de política , su inmovilismo; pero sobre todo, unifica el discurso de la confrontación territorial ahogando la influencia que la crisis, con su austeridad y pobreza, han tenido en el auge independentista.

El peso de la responsabilidad que el PSOE siente en temas de Estado como el nacionalismo y el terrorismo, están condicionando su campaña del 20-D.Pensar que el Gobierno, será neutral en estas cuestiones para no usarlas en la confrontación electoral, es un brindis al sol, a la luz de experiencias ya vividas.