Más de un tercio del empleo creado en España en el último año lo ha sido en la construcción y en la hostelería. Juntas suman mayor dinamismo laboral que la industria y muchísimo más que los sectores tecnológicos (TIC).

¿Responde este patrón de crecimiento a un cambio de modelo productivo como insiste el Gobierno? Es verdad que, a pesar de la reactivación experimentada en cuanto ha vuelto a fluir el crédito hipotecario, nuestra construcción contrata hoy a 1,5 millones de trabajadores menos que en plena burbuja inmobiliaria y, por tanto, tiene recorrido al alza aunque esperemos no volver a las andadas.

Algo similar ocurre con la industria, que también sigue muy lejos de los niveles de empleo de antes de la crisis. No ocurre lo mismo, sin embargo, con el sector de la hostelería (incluye el turismo), donde ya están ocupados 300.000 ciudadanos más que en el 2007 respondiendo a un neoboom muy vinculado a los problemas de inestabilidad grave que golpea a otros países turísticos rivales y, también, al abaratamiento de costes asociado a la rebaja salarial española conocida como «devaluación interna», que ha sido la piedra angular de la política de lucha contra la crisis y que seguimos arrastrando, incluso, en plena recuperación.

Que nuestro crecimiento esté menos sujeto a la construcción y más al turismo tiene varias ventajas sobre los equilibrios macroeconómicos. En primer lugar, la presión sobre el endeudamiento bancario es mucho menor y, por ello, asistimos a la compatibilidad entre el crecimiento económico y la reducción de la deuda privada. Aunque la gente se puede endeudar para irse de vacaciones, lo hacen menos personas y por menor cuantía que para comprarse un piso.

El segundo efecto macroeconómico positivo tiene que ver con la balanza de pagos. Al endeudarnos menos, las necesidades de financiación exteriores son menores y, por el contrario, con el turismo se produce una entrada neta de recursos que ayuda a lograr los superávits de la cuenta corriente que también estamos viendo como compatibles con la recuperación. De hecho, del drástico cambio de signo de nuestra balanza por cuenta corriente, entre un déficit de casi el 10% del PIB en el 2007 al actual superávit del 2%, dos factores explican la mayor parte del «milagro»: la gran caída del precio medio del petróleo y la casi duplicación del saldo neto positivo del turismo.

Así visto, los dos principales elementos constitutivos de lo que muchos consideran un cambio de modelo productivo por las políticas y las reformas aplicadas para hacer frente a la pasada crisis pierden mucho de su misterio e, incluso, de su glamur reformista.

Si crecemos con superávit exterior y reduciendo, a la vez, el estoc privado de deuda es, en realidad, porque hemos dejado de poner tanto ladrillo y hemos pasado a poner muchas cañas. Está bien. Pero, repito, ¿es esto un cambio de modelo productivo? No lo parece. Y, además, aún es pronto para valorar los cambios ya que seguimos lejos de recuperar una nueva normalidad económica. La inversión y el empleo industrial están lejos de los niveles de otras fases alcistas; no podemos esperar que los salarios se mantengan en los bajos niveles actuales, viendo pasivamente cómo crece la desigualdad social y, sobre todo, no podemos aceptar como permanente la actual pasividad ante el empuje de la economía del conocimiento.

Solo con haber bajado salarios no se cambia el modelo productivo como ha dejado muy claro la Fundación COTEC en su Informe 2018 presentado esta semana y donde se puede leer: «La I+D no está acompañando al crecimiento de nuestro país […], el crecimiento de la inversión en I+D se mantiene por debajo del crecimiento del PIB, lo que nos aleja, cada vez más, de los países de nuestro entorno». Y concluye: «Mientras la mayoría de nuestro socios europeos confirman su apuesta por un crecimiento basado en el conocimiento científico y el desarrollo tecnológico, España parece haber elegido un camino distinto para su recuperación que, a medio plazo, podría no ser sostenible».

¿Y por qué el Gobierno español no habla de estas cosas? Bajar salarios, poner ladrillos y servir cañas puede ser un recurso de urgencia para salir de lo peor de la peor crisis. Pero mantenerlo cinco años después de la crisis como única estrategia, ya no debe satisfacernos. Genera desigualdad y nos hace muy vulnerables ante la economía de la inteligencia artificial, que ya está aquí.

*Economista. Exministro del PSOE