Ayer, 20 de noviembre, se celebró el trigésimo tercer aniversario de la muerte de Franco. El dictador murió en la cama, anciano y comatoso, pero durante su larguísimo mandato hubo algunas personas que lucharon contra la dictadura y perdieron la vida o pagaron su osadía con un montón de años de cárcel o con la tortura. Me acuerdo de Marcos Ana, por ejemplo, o de Gregorio López-Raimundo, y de mucha gente del Partido Comunista de España que fueron los únicos con redaños, con infraestructura y con valentía para hacerlo. La mayoría de los españoles se sometió con resignada pasividad a la dictadura, y, otros, arrostramos alguna incomodidad laboral, algún despido, algún inconveniente, sin que se nos haya ocurrido presumir de ello. Por eso, pasados 33 años, que algunas personas que no sufrieron ninguna molestia de la dictadura se acerquen a la tumba del dictador y hagan burla y escarnio sobre un personaje antipático y cruel, no me hace ninguna gracia, ni le encuentro ningún sentido a tan zafia baladronada.

Me recuerdan aquélla anécdota en la que el torero, tras una tarde aciaga, huyendo perseguido por el toro, se saca al animal de encima con un cobarde bajonazo. Y enfadado consigo mismo, en el viaje de vuelta la emprende con uno de los peones y recrimina su trabajo hasta el insulto. Y es entonces, cuando el peón, harto de humillaciones, le hace la siguiente observación: "Maestro, los cojones, con el toro". Pues eso, que algunos no necesitamos ninguna ley para tener memoria, más o menos histórica.Periodista