Estoy trasladando mi despacho profesional a un nuevo emplazamiento y tropiezo con un libro que llevaba muchos años sin abrir; es un manual religioso de los años de la adolescencia cuando confluyen en cada uno las pretensiones más osadas y una cierta perplejidad ante la pregunta inacabable: ¿qué es la vida o que será para uno? Entonces, no sabíamos que pasarían los años, que llegaríamos a mayores, palabra que ahora sustituye a la de viejos y que seguiríamos preguntándonos más o menos lo mismo, sin tener tampoco ahora, contestaciones definitivas.

En ese trance permanente porque suman la vida entera, uno tiene que procurarse criterios para no ser como la pobre barquilla mía de Lope, un juguete de las olas, todos necesitamos vela y remos y nunca disponemos de otros como los del conocimiento, memoria y voluntad personales; sin ellos nada y con ellos, depende.

En ese empeño creciente o desfalleciente, muchos encontramos aliento o consuelo en la religión ya sea para mantenernos a flote que no es pequeña tarea o ya sea para un legítimo ser algo o ser más, pensando en uno y en los otros porque caso distinto, nadie vale de mucho, por muy temprano que vaya a misa.

Este libro que ha vuelto a mis manos, es de mediados de los años cuarenta y lo editaba el Secretariado Diocesano de Madrid, contando con todas las venias burocráticas: el nihil obstat del censor eclesial, el imprimi potest del Prepósito provincial y el imprimatur de Casimirus ("casi un virus"... entendió mi ordenador que le estaba dictando). Aquel Casimirus acaso fuera el después arzobispo Morcillo.

La inquietud religiosa debe asumirse sin rubor; confieso que me atrajeron entonces las cosas que se decían en ese libro y que ojeándolo ahora, rememoré La pedrada , la célebre poesía de Campoamor (si no era de Gabriel y Galán que creo que no) porque al cabo de los años, todos podemos preguntarnos lo que se preguntaba el protagonista de aquel poema al paso de la procesión de Jesús atado a la columna y azotado por los sayones: "Hoy que con los hombres voy/viendo a Jesús padecer/interrogándome estoy/¿somos los hombres de hoy,/aquellos niños de ayer?" Evidentemente, no.

Había en ese libro de espiritualidad cierta dosis de ingenua exaltación poética; cualquier ilusión es poesía y a la ilusión de trascender a nuestra propia insignificancia, posible para los creyentes y utópica para los que no creen, la poesía le viene al alma como al pasto el rocío, incluso sin entender de versos.

Opino que el espíritu de trascendencia en el que se funda toda religión es un equipamiento imprescindible; cosa distinta es que utilicemos la religión para fines meramente temporales. Supongo y creo, porque no lo sé ni podría asegurarlo por tanto, que los caminos a Dios son más de los que presentimos. Bastante tenemos con creer que existe, que no le somos indiferentes y que podemos intuir el propio camino hacia El.

Además, cada uno confía en que nos entienda aunque no hagamos grandes esfuerzos. Si Dios tuviera rostro igual que nosotros, se sonreiría como Padre antes que incomodarse como censor, viendo esos esfuerzos que hacemos por acercarnos a El o por afectar que le ignoramos, Dios no elige a los suyos, porque suyos somos todos, estemos cerca o lejos. Todos querríamos entender el inmenso misterio de la existencia pero no parece cosa precisamente sencilla. Puede que la fe no baste pero la razón tampoco. El misterio nos acecha; "aunque cerremos las ventanas de nuestro interior, el misterio nos acosará- murmurará en derredor nuestro como un enjambre de abejas invisibles-".

Jean Guitton, filósofo católico, le decía a su escéptico amigo Mitterrand, que si era necesario elegir entre el absurdo y el misterio, resultaba preferible optar por el misterio. Con todo, sería un grave retroceso en esto de las ilusiones y de las creencias, salir de guatemala y caer en guatepeor y que para que no nos llamen ingenuos, sustituyamos la Navidad de Jesús por la visita de Papa Noel.

En estos días se considera de ordenanza más por uso social que por sentimiento religioso, felicitarnos las Navidades los unos a los otros. Bien está por aquello de intentar al menos una vez al año, ser algo mejores, incluso si el que nos felicita o al que felicitamos las Pascuas, es el mismo que nos las hace o al que se las hacemos.

Felices Navidades pues, a quien quiera que me esté leyendo y desde luego, muchas gracias.