Todos los años, cuando los niños vuelven a las escuelas en el mes de septiembre, las familias se quejan de lo caros que son los libros de texto y el material escolar. Asimismo, en los medios de comunicación surge un jugoso debate centrado en si deben ser gratuitos o no. Lógicamente, en los últimos años ese debate se ha acrecentado, debido a la precaria situación económica de muchas familias y, sobre todo, como consecuencia del desmedido afán de los gobiernos por recortar el presupuesto dedicado a la educación.

Todos los expertos en Psicopedagogía han demostrado por activa y por pasiva que el aprendizaje significativo se produce cuando los alumnos consultan diferentes fuentes, cuando contrastan la información contenida en distintas referencias bibliográficas con la realidad y, sobre todo, cuando investigan de forma cooperativa, siendo el papel del profesor un mediador de dicho aprendizaje. Por lo tanto, parece claro que el uso del libro de texto no es el planteamiento pedagógico más apropiado para que los alumnos mejoren sus hábitos de estudio, ni mucho menos para lograr aprendizajes significativos.

Si la única fuente de información es el libro elaborado por una determinada editorial y los alumnos solo tienen que dedicarse a leer lo que allí se dice, a memorizarlo, y a realizar los ejercicios que al final de cada unidad didáctica se les exige que hagan, limitándose el profesorado a mantener un buen clima disciplinario, a aclarar las dudas de cada alumno y a comprobar si los ejercicios están bien o mal resueltos, el aprendizaje que se produce solo dura el tiempo mínimo para llevar a cabo el examen.

Si el uso del libro de texto, entendido como la base de la información del alumno es tan nocivo, pedagógicamente hablando, cabe preguntarse: ¿Por qué los profesores y profesoras continúan empleándolo? La respuesta es compleja, debido a la gran cantidad de factores que intervienen, pero hay algunos bastante evidentes.

Por regla general, la sociedad demanda al profesor que sea una persona bondadosa, honesta y ejemplarizante para los alumnos, pero al mismo tiempo se le escatiman los recursos para poder llevar a cabo su ingente labor educativa. Cada vez se le pide que sea más experto en un amplio abanico de competencias profesionales, pero paralelamente no se le facilita el camino para que pueda estar al día en los nuevos conocimientos pedagógicos, o en el dominio de las modernas tecnologías de la información y de la comunicación. A la vista de esas demandas sociales, los profesores y profesoras necesitan poseer cualidades sobrehumanas para conseguir que su trabajo satisfaga dichas exigencias.

En la escuela primaria se espera que los profesores ofrezcan oportunidades apropiadas de aprendizaje para treinta o más alumnos que difieren acusadamente en sus capacidades intelectuales, motivación, problemas personales y familiares, salud física, ajuste emocional y procedencia cultural. Con ese alumnado tan heterogéneo, se pide al profesorado que consiga que cada uno de sus alumnos se interese, se entusiasme y tenga éxito en todas las actividades de las respectivas materias del curriculum. Por si fuera poco, tiene que poseer un buen dominio de lengua, matemáticas, arte, geografía, historia, ciencias, etc.

En la escuela secundaria solo se le exige que sea un experto en una o dos materias. Sin embargo, tiene que atender a más de un centenar de alumnos muy diferentes entre sí, lo que necesariamente conlleva un trabajo extra, que nadie le paga ni le reconoce, para preparar el material y corregir los trabajos. Por otra parte, al irse extendiendo la edad de la escolaridad obligatoria, el profesorado se ve obligado a trabajar con alumnos que lo único que les interesa es abandonar cuanto antes la escuela, y que al no poder abandonarla se dedican a maltratar a los profesores, sin que éstos puedan hacer nada para evitarlo.

En esas condiciones laborales, no cabe duda de que el libro de texto facilita el trabajo del profesorado hasta límites insospechados, máxime cuando, además, ni siquiera tiene que esforzarse en preparar ejercicios o en desgranar las soluciones a los problemas, ya que la práctica totalidad de las editoriales presentan dichos ejercicios resueltos.

Afortunada o desgraciadamente en la Pedagogía quedan muy pocas cosas por inventar. Por ello, la alternativa a ese dispendio económico y dislate pedagógico de centrar la enseñanza en un único libro de texto que cada alumno tiene que adquirir, la ofrecieron hace muchísimos años los pedagogos más creativos y novedosos. La solución consiste en la existencia de la biblioteca de aula.

Catedrático jubilado de Pedagogía.

Universidad de Zaragoza