El neoliberalismo está dinamitando el Estado de bienestar financiado con nuestros impuestos. Nuestros gobernantes utilizan la sanidad, la educación, los servicios sociales, las infraestructuras para promocionar negocios privados con subcontrataciones y externalizaciones. Por ello, cada vez más españoles somos sometidos a situaciones dramáticas, incluso al incremento de la mortandad. Pacientes en las largas listas de espera, ancianos que no toman los medicamentos para poder comer, dependientes que no son atendidos al no recibir la ayuda a la que tienen derecho, padres de familia que se suicidan para no verse desahuciados, muchos en situación desempleo que les provoca graves enfermedades, inmigrantes sin atención sanitaria... ¿Y qué decir de las 79 víctimas del accidente ferroviario de Angrois por la escasez de medidas de seguridad, con la excusa de la austeridad, y a la vez la Fiscalía Anticorrupción cifra el presunto desvío en más de 82 millones de euros, que Adif habría pagado por trabajos no realizados a las empresas responsables de la construcción de tres de los tramos de la alta velocidad en los barrios de La Sagrera y Sant Andreu? En las conversaciones publicadas por Público, entre el ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, y el director de la Oficina Antrifraude de Cataluña, Daniel de Alfonso, hay un extracto estremecedor, cuando el magistrado le dice al ministro entre todo lo hecho contra los independentistas por su condición de patriota español es el haber "destrozado el sistema sanitario" de Cataluña. En un país democrático actuaría de oficio el Ministerio Fiscal pues así lo establece el artículo 124.1 de nuestra Carta Magna: "Tiene por misión promover la acción de la justicia en defensa de la legalidad, de los derechos de los ciudadanos y del interés público tutelado por la ley, de oficio o a petición de los interesados...". De estas muertes hay responsables por lo que, tal como sugieren las profesoras Lourdes Benería y Carmen Sarasúa, se les podría inculpar en un futuro del delito de crímenes contra la humanidad, porque esas políticas producen daños gravísimos a grandes masas de población.

ESTA REALIDAD inhumana y sangrante permite hablar con propiedad de necropolítica neoliberal a Clara Valverde Gefaell en su libro De la necropolítica neoliberal a la empatía radical. Violencia discreta, cuerpos excluidos y repolitización. Tal concepto de necropolítica lo desarrolló el filósofo camerunés Achille Mbembe. Significa la política basada en la idea de que para el poder unas vidas tienen valor y otras no. Todas las vidas, para el neoliberalismo, son objeto de cálculo de los poderosos. Los que son rentables y los que consumen, esos tienen derecho a vivir si siguen ciertas leyes y tienen ciertas actitudes favorables a los poderosos. O por lo menos que no cuestionen sus políticas mortíferas. Los que no, se les deja morir. En este contexto entendemos a Christine Lagarde, la presidenta del FMI. "Hay que bajar las pensiones por el riesgo de que la gente viva más de lo esperado". Los excluidos, que no producen ni consumen, sin quererlo y sin saberlo en la mayoría de los casos, solo existiendo, ponen en evidencia la crueldad del neoliberalismo y sus desigualdades. Son como faros que arrojan luz sobre las mentiras de la propaganda neoliberal. Mas, para ocultar esa realidad existe la palabra. El lenguaje es la primera y más necesaria arma del capitalismo neoliberal para construir y mantener el sentido común, como decía Gramsci, o para fabricar consenso, según Chomsky. Si nos creemos las palabras de políticos, financieros, prensa "vendida" y tertulianos, no cuestionamos el neoliberalismo y así somos partícipes en apoyar su necropolítica. Si nos creemos: "todos tenemos que poner de nuestra parte", "son solo unos años", "hemos salido de la crisis", "no podemos acoger a todos los refugiados", las injusticias seguirán. Sin embargo, al dejar de creer el lenguaje neoliberal, es cuando empezamos a organizarnos y nombramos, ponemos en palabras la exclusión, el sufrimiento y las desigualdades.

Además para rebelarnos frente a la violencia neoliberal es clave la empatía radical, muy distinta a la tolerancia, ya que esta es represiva y violenta, como señalaron Marcuse y Wendy Brown. Si yo "tolero" a alguien, es que tengo poder sobre esa persona. La aguanto. La veo como menos. En lugar de tolerar las diferencias, hay que analizarlas, hablarlas, ver a quién sirven, quién las decide, mirar bien a qué se deben. Con el concepto de la tolerancia se enseña a los niños a aguantar, a ser "amables" y caritativos con los "inferiores", con los excluidos. Así se mantiene la exclusión. Tal idea la expresa muy bien la frase anónima "Yo no soy racista, pero".

La empatía radical es ponerte en el lugar del Otro, del que sufre y darte cuenta de que el Otro no es tan diferente de nosotros. Es tomar conciencia de que uno es también el que duerme en el cajero, el que va a comer a Caritas. Las personas que no están en apuros hoy, los "incluidos", la mayoría están en esta sociedad a poca distancia de ser excluidos y no se dan cuenta. Pueden cambiar de bando por una enfermedad, el paro, la ruina de un negocio- ¿Quién tiene la seguridad de no acabar un día durmiendo en un cajero o en un albergue municipal?

Profesor de Instituto