Como ya se han celebrado en Zaragoza y provincia varias reuniones de militantes socialistas contrarios a la abstención que viene y al rumbo que está tomando el partido, Javier Lambán, barón y jefe de la federación aragonesa, ha convocado asamblea y tocado a rebato. Él mismo está llamando a los secretarios de las agrupaciones para recomendarles que vayan a Épila, junto con la gente afín. Como es natural, en la Agrupación Norte de la capital, reducto del socialismo rebelde, no se ha recibido aviso alguno. Su responsable, Carmen Dueso, ha sido proscrita. Junto con la diputada Sumelzo y otros (pocos al final) que puedan oponerse a lo que decidirá este fin de semana el comité federal del partido (previamente reeducado).

El relato (como se dice ahora) que explica y argumenta el paso del «no es no» al «no es... abstención técnica», ha convertido las incongruencias en dogmas de fe. Como han hecho notar algunos colegas (el fenomenal Jabois, por ejemplo), uno de los principios fundamentales de la maniobra que permitirá a Rajoy seguir una temporada más en la Moncloa consiste en aceptar que los votantes del PP tienen derecho a quedar satisfechos, pero no los votantes del PSOE (y de Podemos y el resto de los partidos). Aquellos verán investido a su candidato aunque no tenga mayoría, mientras que estos otros contemplarán impotentes como queda reducida a nada la posibilidad real que tenían de evitarlo.

Otra cosa curiosa relativa al fenómeno es que en el seno del Partido Socialista, y durante cuatro o cinco días, a los oficialistas habituales (la jefaza andaluza, los barones, los viejos profesionales del aparato) se les llamó críticos, adjudicándoles una actitud contestataria que jamás en su vida tuvieron ni soñaron tener. Ahora, pasada la semana de Pasión de Pedro Sánchez, el vocabulario vuelve donde solía y los dueños del partido ejercen su oficialismo con algún complejín, pero recuperando terreno orgánico (arrasado y quemado, naturalmente).

El que manda, mando. Mira, si no, lo del outlet de Pikolín.