Siempre me ha admirado la habilidad de algunos propios para mantener en sus fauces esos estilizados pedazos de madera con sus puntiagudos extremos. Con ellos en la boca son capaces de llevar a cabo las más variadas pericias. Reposado el tronco en un costado de la comisura de los labios, el gañán es capaz de fumar, beber su brandy Veterano, mantener una intensa conversación sobre el Bosón de Higgs y, al tiempo, desgranar las veinte posibles alineaciones de la selección española de fútbol. ¿Hay o no hay talento?

Algunos son capaces de dormir la siesta sin desprenderse de su preciado escarbadientes sin por ello terminar haciéndose la acupuntura en el cielo del paladar. Ese indudable don adquiere su máxima expresión cuando se atiende a la durabilidad del adminículo: un patán cuidadoso puede hacerlo viajar de un lado a otro de su tragadero durante días sin que, por tal razón, el palo se desportille lo más mínimo. Igual que hay quien antes de acostarse deposita cuidadosamente el traje y la corbata sobre el galán de noche, el paleto aparca con suma delicadeza la torneada vara sobre la mesilla.

El cateto reglamentario deberá proveerse además de varios pinchos de repuesto que, mezclados con restos de tabaco desliado y en convivencia con la chaira, el carrete de liza y otras utilidades, residirán en el fondo arcano del bolsillón de su chaqueta, ese depósito de sobraduras que los croqueteros profesionales forran de plástico para que el famélico mangazo no termine delatado por el rastro de su oleoso goteo.