La desigualdad de tanto citarla nos produce cansancio y despreocupación. Resulta polémico afirmar que la única manera de combatirla es con la violencia, ya que en tiempos de paz y estabilidad tiende a crecer. Esa es la tesis defendida por Walter Scheidel, historiador y profesor de la universidad de Stanford en su libro El Gran Nivelador: Violencia y la historia de la desigualdad desde la Edad de Piedra hasta el siglo XXI. Tras examinar miles de años de historia encontró un vínculo entre la desigualdad y la paz, que se remonta al comienzo de la civilización humana. Por el contrario, hay una fuerte reducción de la desigualdad cuando se produce un shock de violencia masiva. Han sido cuatro clases de acontecimientos violentos, «Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis».

El colapso de estados, como la caída del Imperio Romano, civilización maya o las dinastías chinas, que llevan al derrocamiento de élites enquistadas, que controlaban la riqueza. Todos sufren, pero proporcionalmente los ricos pierden más, así que la desigualdad se reduce.

Las epidemias. En la Peste Negra medieval en Europa, al morir mucha gente hubo escasez de trabajadores, lo que elevó los salarios y disminuyó el valor de la propiedad de la tierra, -así se redujo la brecha entre ricos y pobres-, como también facilitó que las mujeres encontrasen empleo fuera del hogar.

Las guerras, como la I y II Guerra Mundial, además han corregido la desigualdad de género, política y raza. La guerra industrializada creó una enorme demanda de trabajo y un aumento de los salarios. Al ser millones de hombres llamados al ejército y la expansión de la producción industrial para la guerra, las mujeres remplazaron los trabajos antes hechos por hombres. Esto supuso el empoderamiento político de las mujeres. De ahí la reducción de la desigualdad por género. En los Estados Unidos, el movimiento por el sufragio estuvo muy asociado con la guerra de movilización masiva. La Asociación Nacional por el Sufragio de las Mujeres y la Asociación Americana por el Sufragio de la Mujer fueron creadas cuatro años después del final de la Guerra Civil Americana. En 1917, la primera apoyó la guerra, obligando al Presidente Woodrow Wilson a defender el derecho a votar de las mujeres: «Hemos hecho a las mujeres nuestras compañeras en esta guerra. ¿Debemos admitirlas sólo como compañeras de sacrificio y sufrimiento y en las pérdidas y no en una sociedad de privilegios y derechos?» Así una enmienda constitucional fue aprobada en 1919 y ratificada el año siguiente. Esta dinámica siguió en Austria, Dinamarca, Irlanda, Holanda y Suecia donde el sufragio universal femenino fue introducido entre 1917 y 1921.

Durante la II Guerra Mundial las mujeres en Bélgica, Francia, Italia, Japón, China y Corea del Sur pudieron votar. Las guerras de movilización masiva igualmente sirvieron de catalizador contra la discriminación racial: en 1941, mientras Estados Unidos movilizaba su industria para la guerra, el presidente Roosevelt prohibió las prácticas discriminatorias en la industria de defensa. De ahí la reducción de la desigualdad racial.

Los shocks violentos de las dos guerras mundiales supusieron la expansión del derecho de voto, de la actividad sindical, los altos impuestos sobre la renta y el patrimonio y, por último, la llegada del Estado del bienestar. En muchos países desarrollados, la presión de la guerra se convirtió en un poderoso catalizador que espoleó unas reformas políticas, fiscales y económicas que primero redujeron la desigualdad y después evitaron que aumentase de nuevo.

Finalmente, las revoluciones comunistas (menos la francesa) también redujeron la desigualdad, incluida la femenina. La Constitución Soviética reconocía a la mujer legalmente igual al hombre. El acceso de las mujeres a la escuela y al empleo formal se expandieron enormemente, incluso conforme los dobles estándares y la discriminación persistían. En la China de Mao, el régimen promovió de forma similar la igualdad de género, empero, de nuevo, con resultados mixtos.

Todo esto muestra que los cuatro «grandes igualadores» no sólo redujeron la desigualdad económica, sino que pudieron, también, impactar en otros tipos de disparidades (género, racial) en las sociedades afectadas.

Scheidel avisa que si observamos historia, entonces, el resurgimiento de la desigualdad desde la década de 1980 no debería sorprendernos. Los efectos de la nivelación violenta invariablemente disminuyen con el tiempo: las poblaciones se recuperan cuando las plagas disminuyen, los estados fallidos son reemplazados por los recién llegados; las réplicas de las grandes guerras del siglo XX se han desvanecido; las tasas impositivas más altas y el poder sindical han disminuido, el comunismo ha desaparecido y la globalización está en pleno apogeo. Las cuatro fuerzas niveladoras no regresarán en el corto plazo: la tecnología ha hecho que la guerra masiva sea obsoleta; la revolución violenta y redistributiva ha perdido su atractivo; la mayoría de los estados son más resistentes de lo que solían ser; y los avances en genética ayudarán a la humanidad a evitar nuevos gérmenes.

Lo expuesto por Scheidel lo corrobora Josep Fontana aduciendo que hoy las élites tras la caída del socialismo real no tienen ningún miedo que les inquiete. Por ello, no tienen que hacer concesión alguna. De ahí, el incremento de la desigualdad.

*Profesor de instituto